miércoles, 31 de diciembre de 2014

TAI O, EL PUEBLO DE LOS PESCADORES TANKA DE HONG KONG



Hong Kong, dos palabras que al pasar por nuestra mente nos transportan al instante a ese lugar repleto de rascacielos y su famoso skyline. Ese lugar moderno, cosmopolita, limpio, ordenado, capitalista y consumista donde parece que todo funciona a la perfección. Ese lugar que fue una colonia británica hasta 1997, año en el que pasó a ser otra ciudad más de la China continental, o mejor dicho, una Región Administrativa Especial, un calificativo políticamente correcto para tranquilizar un poco a los cantoneses de Hong Kong, y de esa forma seguir permitiendo la economía capitalista en el país comunista más grande y poderoso del planeta, "un país, dos sistemas", aquella frase creada por Den Xiaoping que se sigue cumpliendo a rajatabla.

Se encuentra enclavada en el delta del Pearl River, y entre sus distritos principales destacan la península de Kowloon y la isla de Hong Kong, el downtown financiero donde se pueden apreciar los rascacielos más altos y una curiosa mezcla entre arquitectura moderna y tradiciones milenarias. Y más al sur, los llamados Nuevos Territorios, decenas de islas e islotes rodeados del Mar del Sur de China. Lantau es la más grande de estas islas, y en su costa oeste, entre montañas y un río serpenteante surgió Tai O, un pequeño pueblo pesquero que sigue teniendo ese estilo de vida que había en Hong Kong antes de la llegada de los ingleses.


Tai O fue hace mucho tiempo el primer lugar poblado de Hong Kong, allí se asentaron pescadores de la etnia Tanka. Tuvo un pasado truculento debido a su situación geográfica, era un lugar cercano al continente y las montañas ofrecían al río y a la bahía el sitio idóneo para resguardarse de temporales y ya de paso dar un seguro escondrijo a piratas y contrabandistas, un lugar perfecto para campar a sus anchas. Con el paso del tiempo también fueron muchos los refugiados que llegaban a Tai O escapando de la China comunista con la intención de pedir asilo político al Hong Kong británico.

Pero hoy en día no queda nada del Tai O de antes, dejó de ser un lugar anárquico y pendenciero para convertirse en una pequeña aldea de pescadores, un idílico remanso de paz alejado del bullicio y el frenético consumismo de Hong Kong. Un pueblo donde apenas existe el tráfico rodado y sus habitantes siguen moviéndose en bicicleta. Un lugar de estrechas callejuelas que todavía no han sido conquistadas por franquicias como Mc Donalds o Starbucks, las cosas se siguen comprando en antiguos colmados y la gente local se sigue reuniendo para charlar en las típicas casas de té chinas de toda la vida. A los tanka les gusta vivir como lo hacían sus antepasados, y siguen manteniendo su esencia y su modo de vida tradicional.


Lo que más llama la atención nada más llegar al pueblo es la forma de sus viviendas, sencillas casas en forma de palafitos construidas sobre pilares y estacas encima de los canales, les gusta vivir cerca del mar y allí mismo atracan sus embarcaciones para salir a pescar. Una especie de Venecia china, pero totalmente alejada de lujos y marabuntas de turistas. Es una maravilla pasear entre los canales y sus habitantes, observar su forma de vida, sus humildes hogares y su tranquila vida cotidiana. Aunque a decir verdad tanta tranquilidad ha hecho que los jóvenes tanka encuentren su pueblo algo aburrido y muchos deciden abandonar el pueblo y buscarse la vida en el gran Hong Kong. Llama la atención la avanzada edad de la mayoría de los habitantes de Tai O.

Desgraciadamente, como ocurre en otros lugares del planeta, la pesca artesanal está disminuyendo a pasos agigantados en la zona de Tai O debido a las grandes compañías pesqueras y sus gigantescas flotas que arrasan todo lo que se mueve en el mar. Barcos pesqueros de alta gama y la tecnología más moderna obtienen fácilmente los permisos necesarios para esquilmar el Mar del Sur de China y llenar de pescado fresco los restaurantes de Pekín o Shangai sin importarles un pimiento la tradicional forma de vida de los tanka.


En Tai O tampoco hay muchos alojamientos para el turismo, tan sólo un par de pensiones en la parte vieja del pueblo con unas pocas habitaciones que suelen estar vacías. La mayoría de los visitantes foráneos llegan a la aldea después de visitar el monasterio de Po Lin y su gigantesco Buda sobre una colina situada a unos veinte minutos en autobús. Pasan unas horas relajándose, dando un paseo o comiendo en algún restaurante cercano al puerto antes de regresar a la mega urbe de Hong Kong. Son muy pocos los que suelen quedarse a pasar la noche en Tai O.

Supongo que el motivo por el cual Tai O ha perdido su aislamiento es que está ubicado en la isla de Lantau, de no ser así seguiría siendo esa pequeña y escondida aldea tanka de hace muchos años. Pero Lantau hoy en día está comunicada con la península de Kowloon por un puente y una línea de tren, y un par de ferrys llevan y traen gente de la isla de Hong Kong cada veinte minutos. Y aunque la mayor parte de Lantau siga siendo virgen y montañosa tiene lugares claves para atraer a miles de turistas. Desde el aeropuerto internacional hasta el monasterio budista de Po Lin antes mencionado, pasando por el mayor parque de atracciones de Disneyland en toda Asia.


Caminando por las estrechas calles de Tai O y cruzando sus pequeños puentes sobre los canales encontraremos cantidad de tiendas y pequeños restaurantes vendiendo las deliciosas especialidades tankas, pescado seco, bolas fritas de arroz glutinoso con sésamo y cacahuetes o tortas de gambas y enormes ostras frescas, todo ello preparado con productos locales. Algunos pescadores también llevan turistas en sus botes para ver los delfines blancos que abundan durante todo el año en su bahía.

Y en una pequeña plaza se encuentra el templo Hau Wong, no es que llame mucho la atención por su arquitectura o decoración, pero es el templo más antiguo de las islas, construido en el siglo XVII sirvió de hogar a la guardia del joven emperador chino de la dinastía Song exiliado en Hong Kong durante aquella época. Otro curioso lugar en la aldea es una verdadera escuela de artes marciales Shaolin, dicen que el propio Bruce Lee pasó muchas horas aquí entrenando y meditando.



miércoles, 26 de noviembre de 2014

WHITE ISLAND, UNA MAS DE LAS 7.107 ISLAS FILIPINAS


Dicen que Filipinas tiene 7.107 islas, y eso le convierte en el segundo país con más islas del planeta, después de Indonesia. Necesitaría más vidas para poder visitar todas, pero hasta el momento no me ha defraudado ninguna de las que voy conociendo. Este es un archipiélago con una gran variedad de contrastes, desde playas paradisíacas de aguas cristalinas y arrecifes de coral hasta cordilleras montañosas y junglas impenetrables, pasando por cantidad de idiomas, rasgos físicos y etnias tribales. Y es todo un placer para la mente y el cuerpo sentirse rodeado del Océano Pacífico y los mares de Filipinas, del Sur de China, Sulu, Célebes o Bohol.

Pero reconozco que todavía me sigue pareciendo curioso eso de las 7.107 islas, un dato que tanto repiten los pinoys e incluso aparece en las letras de algunas de sus canciones populares. ¿Será cierto?, ¿con exactitud?, imagino que sí porque hoy en día con los satélites y demás ha cambiado y mejorado mucho la forma de cartografiar el mundo, hace ya siglos que desaparecieron los antiguos exploradores y con ellos sus preciosos mapas dibujados a mano y en tinta.

El caso es que en cualquier isla que estoy siempre me veo rodeado de otro montón de islas, islitas, islotes o peñascos. Unas pocas habitadas por seres humanos y el resto tan sólo por animales. Y entonces me pregunto a mí mismo si estarán entre esas 7.107 o no. Y entre todas las respuestas que ha obtenido mi curiosidad me quedo con la que me dio un pescador palaweño. Según su teoría, sólo están entre las 7.107 islas aquellas con nombre, las que no hayan sido bautizadas se quedan fuera, así como las que aparecen y desaparecen, sí, lo que oís, esta es otra más de las leyendas tradicionales filipinas, por lo que me han contado tienen alguna isla fantasma, tipo San Borondón en Canarias.


Así que voy a dedicar este post a una de las pequeñitas. Es fácil encontrar información de las islas más conocidas o de los destinos turísticos principales del archipiélago, pero nadie habla de esas islas diminutas que sin ser tan famosas gozan de un encanto especial. Para que no se sientan tristes voy a aportar mi granito de arena y rendir homenaje a una de ellas, White Island, ya que tiene nombre supongo que formará parte de las 7.107.

White island se encuentra en el mar de Bohol, a casi una milla al norte de Camiguin, una isla volcánica repleta de montañas y jungla perteneciente a la región de Mindanao. Y más que una isla se podría decir que es un médano, una barra de arena blanca rodeada de un arrecife de escasa profundidad y cristalinas aguas turquesas. Cambia de forma unas cuantas veces al año, dependiendo de mareas y vientos. Se puede llegar hasta ella a nado, pero mejor contratar los servicios de una bangka que te dejará en la isla y te recogerá cuando desees.

Su escaso tamaño recuerda a esas pequeñas islas que suele dibujar el gran Forges en sus viñetas, pero en White Island no hay ningún náufrago y ni siquiera una palmera, sólo arena blanca y coral. Imprescindible llevar protección solar, gafas de sol y algo que proteja nuestra cabeza, estamos hablando de una isla tropical y aquí el astro rey achicharra de lo lindo. Un poquito de comida, agua, un libro, unas gafas de bucear y ya está, eso es todo, a disfrutar del día y de la vida.


Debido a la escasa profundidad de su arrecife es un lugar ideal para practicar snorkel, pasaremos horas sin darnos cuenta nadando entre corales de todos los colores y viendo estrellas de mar, tortugas, peces payaso, barracudas y hasta algún pequeño e inofensivo tiburón. Y mientras descansamos en la arena podemos disfrutar de unas vistas espectaculares de la isla de Camiguin y sus volcanes.

Por otro lado no será nada fácil tener la islita para nosotros solos. no es que vayan muchos turistas a Camiguin, pero al final todos acaban visitando White Island, sobre todo al acabar el día cuando no hace tanto calor y comienza la puesta de sol cayendo a saco sobre el mar de Bohol. Algunos habitantes de Camiguin también han sabido sacar partido a su pequeño médano y día a día montan un chiringuito donde no faltan cervezas frías, algo de comer y alquilan sombrillas para aguantar el solajero.



miércoles, 29 de octubre de 2014

LANZONES FESTIVAL




Durante la tercera semana de Octubre se celebra cada año en la isla filipina de Camiguin el Lanzones Festival. Como su propio nombre indica, esta celebración rinde tributo y agradecimiento a los lanzones, una fruta tropical que crece en todo el sudeste asiático y en Camiguin supone el sustento económico de gran cantidad de familias.

Los lanzones crecen en árboles que pueden llegar hasta los treinta metros de altura. Sus racimos son cogidos a mano por gente que trepa por el tronco sin ningún tipo de protección, utilizando tan sólo sus manos y pies. Un trabajo peligroso y lleno de riesgos, no entiendo cómo pueden vender esta fruta por menos de un euro el kilo.

Tras pelarlos y quitar su áspera piel nos encontraremos media docena de gajos de un color traslucido y un exquisito sabor fresco, dulce y jugoso. Las semillas interiores son muy amargas, así que mejor no tragarlas. Los lanzones de Camiguin tienen una fama especial entre el resto del archipiélago filipino y otros países de la zona, esta es la causa de que su producción sea tan elevada y se exporten a cantidad de lugares. Dicen que son los más dulces de todo el sudeste asiático.

Por este motivo y por lo que supone para la economía de Camiguin se celebra esta fiesta, pero el Lanzones Festival tiene su origen en una curiosa leyenda, otra más de las muchas que sigue manteniendo la tradición oral filipina. Siempre me ha encantado observar esos humildes barrios filipinos donde nadie ve la televisión por falta de electricidad y los viejos cuentan historias fascinantes a los niños, que escuchan al orador boquiabiertos sin interrumpirle una sola vez.




Cuenta la leyenda que una encantadora pareja de Camiguin estaba felizmente casada pero por mucho que lo intentaban no habían podido tener hijos, una desgracia en un país donde el mayor deseo de sus habitantes es formar una familia. Un buen día decidieron acudir a un árbol de lanzones para pedir a su espíritu su protección y ayuda para que la chica quedara embarazada. Y al cabo de nueve meses de esa visita la mujer dio a luz un niño sano y hermoso.

La pareja recuperó la felicidad mientras veía crecer a su retoño, pero un día pasó cerca de su casa una aswang, una bruja filipina, y tras echar un mal de ojo al bebé éste cayó al suelo fulminado e inconsciente. Ningún médico ni curandero de la isla supo qué enfermedad sufría el niño, y por mucho que lo intentaran nada podían hacer por salvar su vida.

Y de pronto la pareja recordó que tras el nacimiento de su hijo nunca habían vuelto a aquel árbol para dar gracias al espíritu por su ayuda. Corrieron a la jungla para buscarle y le encontraron descansando en el mismo árbol donde un año antes habían hablado con él. Le pidieron disculpas por haberse olvidado de agradecerle su favor y entre lágrimas le explicaron la situación de su hijo y le rogaron que hiciera algo para curar esa extraña enfermedad. En ese mismo instante el bebé volvió a la vida.

Cuando la pareja regresó a su hogar y encontró a su hijo tan sano y lleno de vida como antes de la visita de la aswang se organizó una gran fiesta en el barrio, familiares y vecinos se acercaron a visitar al niño y durante una semana no faltaron comida, bebida, música y bailes tradicionales. Al cabo de un año se volvió a celebrar otra fiesta en tributo al espíritu de los lanzones, y así año tras año hasta ahora.




Este año no hemos querido perdernos el Lanzones Festival, teníamos previsto pasar unas semanas en Camiguin y pensamos que sería perfecto venir este mes, cuando se celebra la fiesta. Y la verdad es que no nos ha defraudado, durante una semana esta isla cambia su cotidiana tranquilidad por el desmadre general. Una especie de mezcla entre tradiciones indígenas y un carnaval brasileiro, debido sobre todo a los disfraces de la gente y a las batucadas que no paran de sonar.

La mayoría de las actividades del festival tienen lugar en Mambajao, la capital de la isla. Allí se concentran los chiringuitos de comida y bebida, los puestos de venta de frutas, verduras o artesanía local, y atracciones para la chavalería como la noria y hasta el tren de la bruja. También se monta una zona para las verbenas nocturnas donde las actuaciones musicales y el bailoteo no cesan hasta que amanece.

Y en estadio de fútbol se celebra lo más importante del festival. Los concursos de la reina de los lanzones y unas espectaculares actuaciones sincronizadas donde los chavales de la isla, representando a sus escuelas, organizan unos preciosos mosaicos a través de sus bailes y disfraces llenando el lugar de música y un colorido alucinante.

Pero la fiesta no acaba en Mambajao, todos los vecinos de la isla colaboran para adornar sus pueblos y barrios con guirnaldas y se reparten lanzones en cada esquina. Por cada lugar que pases siempre habrá una cuadrilla que te invitará a compartir con ellos unos tragos de ron, comer algo o bailar un rato al son de guitarras y batucadas. Los habitantes de Camiguin son conocidos por trabajar duro en la mar o en el campo, pero al menos durante la semana del Lanzones Festival las obligaciones pasan a un segundo plano.


viernes, 17 de octubre de 2014

CHAOLONG RESTAURANTS EN PUERTO PRINCESA


Muchos turistas se sorprenden cuando llegan a la isla de Palawan, al suroeste de Filipinas, y ven tantos restaurantes de comida vietnamita. La mayoría de ellos se encuentran en Puerto Princesa, la capital de la isla, y se distinguen por la palabra chaolong que figura en sus carteles. Tal cantidad de vietnamese cuisine tiene su explicación, son una herencia de los refugiados que huyeron de Vietnam y llegaron a Palawan hace casi cuarenta años.

A decir verdad ya no quedan muchos vietnamitas en la isla, fueron emigrando a otros países, montaron los restaurantes y al abandonar Palawan vendieron sus negocios a los filipinos. Pero los nuevos dueños han sabido mantener la tradición de la cocina vietnamita, aunque la han aderezado con un cierto estilo local.


Los menús no tienen mucha complicación, básicamente el plato estrella en todos ellos es una sopa de noodles de arroz glutinoso a la que se añade ternera, pollo o cerdo, dependiendo del gusto de cada uno. También se puede añadir un huevo cocido para darle otro toque. Van acompañados de un platito con otros aderezos como albahaca, menta, limón y brotes de soja. Y en cada mesa hay un par de tarros con chili y pimentón para darles más calor si cabe.

Otra de las joyas de la corona de estos restaurantes que a mí me apasionan para acompañar la sopa son sus baguettes estilo francés, no olvidemos que Vietnam fue colonia francesa junto a otros países del sudeste asiático formando la antigua Indochina. Barras de pan calentitas y recién salidas del horno que se pueden pedir solas o con mantequilla, ajos, carne y hasta paté. Un pan bien trabajado es algo de lo que más echo de menos por estos lares, y en Palawan tengo la suerte de poder comprarlo a diario.


En los chaolong se puede comer por cuatro perras, ningún plato supera un euro en su precio, eso hace que sean frecuentados por todo tipo de personas, desde familias, grupos de amigos o trabajadores hasta turistas y expatriados residentes en la isla. Y lo mejor de todo es que están abiertos venticuatro horas al día, si en mitad de la madrugada tras una noche de farra nos pica el gusanillo no tenemos mas que buscar un chaolong. Eso sí, no se vende alcohol a partir de medianoche, de esa forma impiden que sus locales se llenen de borrachuzos que quieren continuar la fiesta.

Quizás el chaolong con más calidad de Puerto Princesa sea el Rene's Saigon, en Rizal Avenue, un poquito más caro y con más variedad de platos vietnamitas en su menú. Aunque mi favorito y el más famoso es el Bona's, en Manalo Street, a menudo resulta difícil encontrar un sitio libre, a pesar de que se puede compartir mesa con otros comensales, pero la cantidad de sus noodles y el ambientazo que suele haber es espectacular. Así que aviso a navegantes, cuando lleguéis a Palawan pasaréis por Puerto Princesa con toda seguridad, no dudéis probar la comida de un chaolong aunque sea una sola vez.


miércoles, 1 de octubre de 2014

VIETNAMITAS EN PALAWAN


Tras la caída de Saigón, en 1975, llegó a su fin la guerra de Vietnam. Las tropas del Vietcong establecieron la capital en Hanoi, en el norte del país, y comenzó una nueva era comunista que con el paso del tiempo fue acoplándose al capitalismo y poco a poco terminó abriendo sus fronteras a turistas y demás visitantes.

Pero durante el final de esa década fueron muchísimos los vietnamitas del sur que perseguidos por el nuevo gobierno o acusados de colaborar con los americanos decidieron huir de sus hogares antes de sufrir terribles represalias. Era difícil hacerlo por tierra e imposible por aire, así que la mayoría decidió de la noche a la mañana escapar por el mar del Sur de China, navegando con su familia en todo tipo de barcos sin rumbo fijo, sólo pensaban en perder de vista la costa y ya llegarían a algún otro lugar donde les acogerían y podrían empezar una nueva vida.

Muchos no tuvieron esa suerte, acabaron sus vidas en el mar sin llegar a ningún lado, deshidratados o muertos de hambre, o azotados por temporales y tifones que sus precarias naves no podían vencer. Otros llegaron a países vecinos del sudeste asiático como Malasia, Tailandia o incluso Hong Kong, pero no encontraron el recibimiento que esperaban. Nada más llegar, descubrieron que esos países pretendían repatriarlos a sus lugares de origen, a pesar de las fatales consecuencias que tendría aquella vuelta al nuevo Vietnam. Fueron muchos los que suicidaron antes de sufrir esa pesadilla.

Pero unos cuantos centenares tuvieron la fortuna de llegar a Filipinas, concretamente a la isla de Palawan. Tras muchos días de navegación, el viento y las corrientes les llevaron a desembarcar en Port Barton, una pequeña bahía en el oeste de la isla que hoy en día sigue siendo un lugar idílico, paradisiaco y tranquilo. Un pequeño pueblo habitado por pescadores y agricultores donde los viejos ven pasar la vida a la sombra de los cocoteros y los niños juegan y ríen en sus callejuelas de arena blanca.


Y cuando los habitantes de Port Barton vieron llegar a la playa a toda esa gente cuyo idioma no entendían ni siquiera se preguntaron quiénes eran, de dónde venían o si tenían papeles en regla, nunca les educaron para que llamaran ilegales a otros seres humanos. Comprobaron que eran personas con rasgos físicos muy parecidos a los suyos y que estaban desesperados, tenían miedo, hambre y sed.

Al instante decidieron acogerlos en la escuela del pueblo, los niños podían seguir recibiendo sus clases al aire libre, pero los recién llegados necesitaban un techo. Y a pesar de que los palaweños son gente humilde a la que no les sobra nada todos pusieron su granito de arena para ayudar a los vietnamitas. La escuela se llenó de comida, ropa limpia y seca, y hasta rudimentarios juguetes y chucherías para los niños.

Cuando pasados unos días los nuevos habitantes recuperaron su salud y sus sonrisas, llegaron las autoridades de la isla desde Puerto Princesa. No es fácil llegar a Port Barton desde la capital, sobre todo en temporada de lluvias cuando la carretera de tierra que cruza la jungla de este a oeste se encuentra prácticamente anegada por el agua, el barro y los deslizamientos de tierra.

Finalmente, y con el permiso de Manila, se tomó una decisión. Palawan era y sigue siendo una isla con muy pocos núcleos de población, la mayor parte sigue virgen, una costa desierta a cada lado y una espina dorsal formada por montañas y jungla. Un paraíso donde no faltan recursos, tierra fértil y buena pesca. Aquellos vietnamitas podían quedarse a vivir allí, con un poco de ayuda podían construir humildes casas de bambú, ratán y hoja de palma. Aprovecharían el agua de cualquier río, labrarían la tierra y cultivarían arroz para obtener su sustento.


Dicho y hecho, a unos quince kilómetros de Palawan establecieron una comunidad que con el tiempo llegó a tener hasta dos mil refugiados vietnamitas y le pusieron el nombre de Viet Ville, un pequeño pueblo con calles ordenadas y limpias, jardines, árboles para ofrecer buena sombra, una pequeña iglesia católica y un templo budista.

Aunque como se puede ver en las fotos casi no queda nada de Viet Ville, el pueblo está casi abandonado y sólo quedan cuatro o cinco familias viviendo en alguna de sus destartaladas casas. La mayoría de los refugiados consiguieron con el tiempo asilo político en lugares como Estados Unidos o Canadá y comenzaron su emigración al "primer mundo".

Pero se sigue recordando con cariño la excelente relación que se estableció entre palaweños y vietnamitas. Me comentan que jamás tuvieron ningún problema con la gente local, eran buenos trabajadores y gente formal que no se metía en líos, además se integraron muy rápido en la cultura y el modo de vida filipino e incluso se preocuparon de aprender y hablar tagalog. Por otro lado, son muchos los refugiados emigrados que siguen en contacto con sus amigos palaweños, nunca olvidarán lo que hicieron por ellos y sus familias cuando llegaron a la isla sin nada, totalmente desesperados.

Y yo sigo disfrutando en Palawan de una de las herencias de estos vietnamitas, su gastronomía. Su cocina tiene fama mundial y es de las más variadas del sudeste asiático, así que algunos de los refugiados supieron sacar provecho del asunto y montaron cantidad de restaurantes que años después siguen teniendo gran éxito entre palaweños y visitantes. Se pueden encontrar en toda la isla restaurantes de comida vietnamita llamados chaolong... pero será otra historia que ya iré contando.


lunes, 15 de septiembre de 2014

EL CAVIAR VERDE FILIPINO



En las fotos de esta entrada aparece otra delicatesen típica de la gastronomía filipina. Se le suele llamar caviar verde o uvas del mar, pero en realidad se trata de un tipo de alga marina llamada lato en tagalog, o caulerpa lentillifera si alguien está interesado en saber su nombre científico. Crece en los mares de todo el archipiélago, sobre todo en la zona de las Visayas y Mindanao, e incluso existen varias fábricas dedicadas a su cultivo y posterior exportación a lugares como Japón y Estados Unidos.

Se encuentran en cualquier palenke o mercado callejero, aunque también las puede coger uno mismo con unas gafas de bucear y un cuchillo ya que crecen a muy poca profundidad. Su mejor época es la temporada seca entre Octubre y Mayo, durante la temporada lluviosa en plena estación de monzones la salinidad del mar disminuye bastante y consecuentemente afecta a la calidad y el sabor del lato.

Y prepararlas para la mesa es muy sencillo, no hace falta ser un experto cocinillas. No hay más que lavarlas bien en agua dulce teniendo cuidado de no romper sus bolitas verdes y ya están listas para degustar. Resultan exquisitas con vinagre y limón, o también en ensalada con algo de tomate y cebolla. Son un perfecto acompañante para cualquier plato de pescado o marisco y es un verdadero placer para nuestro paladar sentir cómo explotan sus bulbos dentro de nuestra boca mientras sentimos su sabor fresco y jugoso.

Además, su contenido esta lleno de ventajas para nuestro organismo. Son ricas en yodo, magnesio y calcio, y según parece ayudan a reducir la tensión alta, evitan problemas de tiroides y hasta ataques al corazón. Al menos de lo que estoy seguro es que el lato me encanta, tan sólo había probado alguna vez algas marinas en restaurantes japoneses y la verdad es que no me habían hecho mucha gracia, pero este caviar verde me vuelve loco, mucho más que el caviar real.

lunes, 1 de septiembre de 2014

PELEAS DE GALLOS EN FILIPINAS


Nunca había tenido ningún interés en acudir a ver en directo una pelea de gallos, no me gusta ver el sufrimiento de estos animales en una batalla parecida a la de los antiguos gladiadores romanos, jugándose la vida al cincuenta por ciento para el regocijo y desparpajo del público presente.

Pero para conocer a fondo Filipinas hay que empaparse de todas sus aficiones, cultura, folklore y tradiciones. Y para los pinoys, estas peleas son consideradas, junto al baloncesto, el "deporte" nacional del país. Cada ciudad, pueblo, barrio o barangay tiene su propia gallera, un ring más o menos circular rodeado de su correspondiente graderío para acomodar a los asistentes y apostantes.

Como otras muchas tradiciones filipinas, las peleas de gallos son una herencia de la colonización española, y a pesar de estar prohibidas en casi todo el mundo aquí son totalmente legales, no hace falta que se celebren de forma clandestina, con lo que son anunciadas en carteles, megáfonos e incluso periódicos. Es fácil saber de antemano en qué lugar se va a disputar una buena pelea.



Ser criador de gallos es un negocio floreciente para muchos filipinos, aunque naturalmente hay que tener al menos unas cuantas decenas, teniendo tan sólo dos o tres los perderían rápidamente en un par de combates. Y entrenarlos y mantenerlos a tono también cuesta su dinero, dicen que un criador cuida más a sus animales que a su familia.

Hasta sus primeros combates los gallos son mimados por sus dueños. Se les suele alimentar a base de maíz, verduras y granos de avena remojada para que mantengan un equilibrio apropiado de humedad en sus tejidos. También se les da pan con leche, arroz, cebada y mucha agua fresca.

También tienen mucha importancia las visitas periódicas al veterinario para hacerles unas revisiones más propias de deportistas y mantenerlos desparasitados. Incluso llegan a doparlos, o al menos los atiborran de fármacos y vitaminas para mejorar su elasticidad, resistencia y ese impulso extra que necesitan a la hora del combate.



Estando en El Nido, al norte de la isla de Palawan, nos enteramos de que iba a tener lugar ese domingo una buena pelea en la gallera de un pequeño pueblo situado a unos diez kilómetros de nuestra casa. Se celebraban las fiestas patronales de esa zona y el combate era la actividad estelar de su programa. Iría mucha gente y se apostarían gran cantidad de pesos. Perfecto, pensé que era el momento ideal para conocer ese mundillo.

Así que cogimos la moto y tomamos rumbo a Manlalec. Al llegar al pueblo se notaba el típico ambiente festivo en su calle principal, guirnaldas y banderas, una banda de música, un concurso de misses, un torneo de baloncesto y unos cuantos borrachuzos haciendo eses hasta arriba de ron o brandy. No veíamos la gallera por ningún lado pero tras un par de indicaciones seguimos por una estrecha pista de tierra y enseguida nos dimos cuenta que habíamos llegado.

Cantidad de motos aparcadas en un pequeño claro de la selva, un griterío ensordecedor, gente yendo y viniendo, vendedores de comida y bebida, y unos cuantos de los que manejan las apuestas agitando grandes fajos de billetes en sus manos. Habíamos llegado, por fin iba a presenciar mi primera velada de peleas de gallos.



Jhing se quedó un poco más apartada de la gallera, comiendo algo y bebiendo agua de coco, no suele ser normal que las mujeres vean los combates, pero yo me metí en todo el cotarro. Se podían contar los extranjeros con los dedos de una mano, y cuando me vieron con la cámara de fotos me trataron de maravilla y me dieron plena libertad para moverme donde quisiera, desde el interior de la gallera hasta el lugar en el que se encontraban los gallos y sus cuidadores, pasando por la enfermería donde curaban y cosían a los pobres animales que habían sobrevivido tras una batalla encarnizada.

No aposté un sólo peso, más que nada porque no me apetecía tomar partido por ninguno de los gallos y ponerme a dar gritos animando a uno para que intentara matar al otro. Me dediqué a observar, tomar fotos, hablar con la gente y hacerles un montón de preguntas. Y entre pelea y pelea brindar con unos tragos de ron con los locales, ya fueran vencedores o vencidos.

Los combates son espeluznantes y no aptos para cardiacos, es normal que si estás en primera fila del ring acabes con alguna salpicadura de sangre. Son peleas rapidísimas, los gallos llevan unos espolones de acero afilado en sus patas y tras ser calentados por sus cuidadores se sueltan y comienzan a machacarse a saltos y zarpazos. El perdedor acaba grogui o simplemente muere. Ya he dicho al comenzar este post que no es algo que personalmente me entusiasme, pero es parte de la vida filipina y, al menos una vez en la vida, hay que ver una pelea.



jueves, 21 de agosto de 2014

JUEGOS DE GUERRA



"Siete de la mañana, Saigón, sur de Vietnam, me despierto sudoroso y lo primero que ven mis ojos es un ventilador colgado del techo de mi habitación moviendo sus aspas sin cesar, flap, flap, flap, flap, flap... A medida que me desperezo recuerdo que tengo una misión que cumplir, pongo música, The End, interpretada por The Doors, el tema que abre Apocalypse Now, esa magnífica película de Coppola..." (podéis darle al play abajo del post para entrar en ambiente).

Pero no, este no es el Vietnam de los años setenta, ni yo soy Martin Sheen, ni tengo que ir río arriba en busca del enigmático coronel Kurtz. Mi misión era mucho más sencilla, tan sólo me disponía a pasar el día en plan dominguero en Cu Chi, un distrito a unos cuarenta kilómetros de Saigon, en la Route 1, la carretera que lleva a Camboya, hacia el oeste de Ho Chi Minh. Bueno, ese es su nombre actual, yo prefiero llamarla Saigón, como lo siguen haciendo sus habitantes.



No voy a extenderme mucho con la historia del país, pero si hablamos de Vietnam al instante nos viene a la memoria la palabra guerra. Logró su independencia en 1954, cuando formaba parte de la Indochina francesa junto a Laos y Camboya. Y en un principio se formaron dos países, el Vietnam del Norte y el del Sur. Los del norte, comunistas, fueron tomando posiciones y bajando hacia el sur hasta conquistar Saigón. Los americanos apoyaban a estos últimos y estuvieron allí entre 1965 y 1973, hasta que abandonaron Vietnam tras darse cuenta que estaban perdiendo la guerra, no tenían nada que hacer contra las guerrillas del Vietcong y en su propio país estaba creciendo un fuerte rechazo popular ante tal desastre.

Las tropas del norte tomaron el sur y esa guerra civil acabó en 1975. Aunque el mayor impulso y éxito del Vietcong fue la ofensiva del Tet, en 1968. Guerrillas perfectamente organizadas tomaron gran cantidad de ciudades del sur sin que los americanos, no acostumbrados al clima tropical ni a la jungla, pudieran hacer nada. Poco a poco, el ejército del Vietcong fue creando un gran número de túneles y escondrijos que servían como rutas de comunicación y suministros, hospitales, almacenamiento de alimentos y armas, y alojamiento de guerrilleros. Estos laberintos subterráneos llegaron hasta distritos muy cercanos a Saigón, y uno de los más conocidos es el que se encuentra en Cu Chi, ese cuya misión me disponía a iniciar.



Se puede decir que el comunismo vietnamita se adaptó al capitalismo en la década de los ochenta y enseguida abrió sus fronteras al turismo. Y aparte de sus bellezas naturales, su historia o su cultura, supieron como sacar tajada de las zonas más conocidas de su reciente guerra, lugares como la ciudad de Hue o los túneles de Cu Chi. En cantidad de tiendas a lo largo de todo el país es muy fácil encontrar artículos de guerra vendidos como souvenirs, desde uniformes militares o antiguas armas de fuego hasta medallas y carteles propagandísticos, pasando por los clásicos mecheros zippo de los soldados americanos que a pesar de ser nuevos y fabricados en China te prometen y aseguran que son yankies y fueron arrebatados a su tropa una vez machacados por el gran Vietcong.

Ir de Saigon a Cu Chi es relativamente fácil, cualquier agencia turística de las muchas que existen en el centro de la ciudad te organizan un tour por tan sólo unos cinco dólares. Te recogen en tu hotel, te llevan hasta los túneles en una furgoneta con otra docena de turistas y te devuelven a Saigón por la tarde después de hacer un par de paradas estratégicas en alguna tienda para guiris a ver si picas y compras algo para llevarte de recuerdo a casa.



Pero yo, como se suponía que iba a cumplir una misión secreta, pasé de apuntarme a ese zoológico y decidí ir por mi cuenta alquilando una moto, una Honda Dream 125cc semiautomática. Craso error, Saigón es conocida como la capital mundial de las motos, dicen que unos siete millones circulan sin parar por avenidas, calles, callejuelas, aceras y demás, así que sólo conseguir salir de esa inmensa ciudad me costó mucho tiempo y un buen quebradero de cabeza.

Menos mal que otros conductores sintieron lástima y al ver a ese extraño guiri totalmente perdido decidieron ayudarme un poco. Tras esperar en un semáforo rodeado de otros cien moteros vietnamitas, uno de ellos me dijo algo que no entendí pero supongo que sería algo así como "pero dónde vas, alma de cántaro", y yo lo único que pude contestar fue "Cu Chi, Cu Chi...". En fin, caras de asombro y descojono general. Tras un cuchicheo entre ellos hubo uno que me indicó que le siguiera y finalmente pude dejar Saigón atrás, de allí hasta Cu Chi la ruta resultó mucho más tranquila y agradable.



Y al llegar a los túneles de Cu Chi dejé de ser un agente secreto y me convertí en otro turista más, no quedaba otro remedio. Todo el recinto es una especie de parque temático atestado de gente en el que hay que moverse casi en fila india siguiendo a un guía que va dando explicaciones en inglés del lugar y las batallas que allí ocurrieron mientras ensalza al glorioso ejército del Vietcong y a su querido y amado líder, el señor Ho Chi Minh.

Pero la verdad es que es un sitio que merece una visita, sobre todo si vais a estar en Saigón un par de días. Es increíble ver cómo unos cuantos guerrilleros enclenques, cansados y mal alimentados, pero con la moral por las nubes, consiguieron desesperar y derrotar a las tropas del Tío Sam. Un trozo de jungla donde todavía se pueden ver algunas de las trampas que utilizaban, hechas con estacas de bambú afiladas, serpientes, escorpiones o arañas. Una especie de ciudad subterránea que aguantaba hasta las bombas de los B52, llama la atención los socavones producidos por éstas. También puede jugar uno a ser guerrillero disparando todo tipo de armas, desde pequeñas pistolas hasta bazookas, e incluso me adentré en uno de los túneles abiertos al público, nunca más, no he pasado tanta claustrofobia en toda mi vida.





lunes, 18 de agosto de 2014

IGLESIA NI CRISTO




Ya sé que al ver el título de este post o el cartel que sale en la fachada de esta iglesia nos entra la risa floja, y supongo que ocurre lo mismo a todos los hispanohablantes que visitan Filipinas, es normal, da juego a un chiste fácil y pensamos "será que a esta iglesia no entra ni Cristo". Pero no, en realidad significa Iglesia de Cristo, ya que en tagalog ni se traduce como nuestra preposición de. Y no tiene gracia la cosa, a mí personalmente me da un poco de yuyu.

Es sabido que la religión mayoritaria en Filipinas es el catolicismo, fruto de la colonización española que en su principio llenó el archipiélago de curas agustinos. También hay un pequeño porcentaje de musulmanes, sobre todo en el sur, en la región de Mindanao. Y después se sumaron al banquete unos cuantos presbiterianos, evangelistas, adventistas del séptimo cielo, mormones, metodistas, etc.

Se supone que la Iglesia de Cristo, o como quieran llamar a esta secta, sólo cuenta con un cinco por ciento de la población pinoy, pero visto lo visto me extraña que no sea más e indagando un poco en el poder que tiene estoy seguro que desgraciadamente irá subiendo en el ranking. Este año se celebra su centenario, fue fundada por un iluminado llamado Félix Manalo en 1914. Este iluminado dijo que Dios se le apareció un día para decirle que había que restaurar el cristianismo que había ido degenerando tras fallecer Jesucristo, y sus fieles le consideraron como el último profeta. Además, debió montar una especie de monarquía, ya que tras su muerte fue un hijo suyo quien heredó el trono y ahora es su nieto quien maneja los hilos de tal bendición.

A diferencia del catolicismo ignoran la Santísima Trinidad, niegan la deidad de Jesucristo y no creen en el Espíritu Santo, dicen que sólo creen en lo que dice la Biblia y que el resto de cristianos son apóstatas que no conseguirán la salvación. Están convencidos de que cuando sus fieles la palman su espíritu vuelve a Dios, allí resucitan y viven en un lugar que ellos llaman la Nueva Jerusalén. No sólo eso, sino que tras mil años resucitarán de nuevo, ¡qué obsesión!, y los que no pertenezcamos a su secta acabaremos en el lago del fuego. Ese día se llamará el del último juicio, y hasta Jesucristo volverá a resucitar.

No todo iba a ser tan malo, comparto una de sus reglas básicas. Para pertenecer a su iglesia hay que bautizarse, pero de adulto y tras una formación que dura unos seis meses. A mí me bautizaron con tres días de vida, no recuerdo nada pero nadie me preguntó si estaba de acuerdo o no, y claro, en esa amplia experiencia vital que tenía entonces me imagino que mis únicas preocupaciones eran alimentarme de la leche de mi madre y sobar el mayor número de horas posibles. Y como para borrarme del catolicismo hoy en día, apostatar resulta más complicado que darte de baja en Facebook.

La Iglesia ni Cristo no admite que se la defina como secta, se basan en sus obras de caridad a pobres y necesitados, a sus ayudas económicas a víctimas de catástrofes, recordemos que Filipinas bate todos los records en cuanto a desastres naturales tales como tifones, tsunamis, inundaciones o terremotos... y hasta tienen un par de records Guinnes en este aspecto, parece que se preocupan más en aparecer en estas estadísticas que en otra cosa. Pero su influencia política y social es más que sospechosa.

Poseen una gran fortuna fruto de las donaciones de sus fieles y vaya usted a saber de qué más. Son los principales accionistas de un gran número de las empresas más potentes del archipiélago, tienen cantidad de cadenas de radio y televisión, y enormes catedrales en más de cien países a lo largo del planeta. Incluso han comprado un pueblo entero llamado Scenic en el estado americano de Dakota del Sur. Algo muy raro para una religión que sólo representa a un pequeño porcentaje de la población pinoy.

Y lo más alucinante, cuando hay elecciones todos sus fieles deben votar en bloque bajo vigilancia de sus supervisores, y, por supuesto, a quien su jefe les diga. Sobra decir las ingentes donaciones bajo la mesa que recibirán de los dirigentes del gobierno para obtener sus votos. Hasta se ha declarado fiesta nacional el aniversario de su fundación que celebran este año, algo que todavía no acaba de entender la población filipina.

Quise obtener más información intenando entrevistar al Ministro de su principal catedral en Puerto Princesa, en la isla de Palawan. Para que me permitieran entrar en su mundo tuve que ir a la cita con zapatos, pantalón y camisa de manga larga, algo que tras años de vivir en un clima tropical no estoy muy acostumbrado a usar. Y total para nada, no me dijeron gran cosa. El Ministro me comentó que antes de hablar conmigo debía pedir autorización a su Executive Minister, y tendrían que ver todo lo que iba a escribir, dónde y cuándo. No me gustó nada todo aquello y me lo quité de la cabeza. Algunos amigos filipinos me insistieron en que tuviera mucho cuidado, están seguros de que esta gente es una mafia peligrosa y si quería seguir viviendo en Filipinas o pasando largas temporadas por aquí sería mejor que desechara mi idea, podría ser víctima de cualquier "accidente".



jueves, 14 de agosto de 2014

JEEPNEYS: LOS AUTOS LOCOS DE FILIPINAS


En un país como Filipinas con más de siete mil islas hay muchas formas para moverse de un lado a otro del archipiélago. Cantidad de compañías marítimas con todo tipo de embarcaciones, desde ferrys más o menos modernos hasta barcos de carga habilitados para llevar pasajeros o tradicionales bangkas, trimaranes con patines de bambú. Y en los últimos años gracias a la proliferación de líneas aéreas low cost cada vez resulta más fácil y barato viajar en avión.

Y una vez dentro de una isla nos podremos desplazar en todo tipo de transportes comunes como autobuses, furgonetas, taxis o tricicles, un tipo de sidecar parecido a los que se ven en otros países asiáticos. Pero hay un vehículo para moverse entre pueblos o dentro de ciudades que enseguida nos llamará la atención por su diseño, su decoración y el ambiente que se suele formar en su interior. Me refiero a los jeepneys, otra de las muchas tradiciones filipinas que no veremos en ningún otro lugar del sudeste asiático.


Los primeros jeepneys fueron los típicos willys del ejército americano que fueron abandonados en Filipinas al finalizar la segunda guerra mundial. Algunos emprendedores y pequeños empresarios se dieron cuenta que no hacía falta acabar de destrozar esos cacharros y venderlos como chatarra, eran unos vehículos con una carrocería realmente dura, con tracción a las cuatro ruedas y podían recorrer cualquier lugar de las islas a pesar de que los caminos estuvieran destrozados o llenos de barro y agua. Ya estaban germinando una idea que tuvo y sigue teniendo un gran éxito en todo el archipiélago. Tan sólo había que alargar esos jeeps un poco para que entraran más personas y se convertirían en perfectos medios de transporte, algo que no habían visto en el país hasta esa fecha.

Lógicamente, aquellos viejos jeepneys fueron sucumbiendo con el paso de los años y ahora son fabricados por un par de empresas locales que han intentado mantener el mismo diseño que tenían los antiguos. Incluso en algunas ciudades los están cambiando por furgonetas modernas de marca japonesa que sin tener el mismo encanto los decoran de igual manera y al menos no consumen y contaminan tanto como sus antecesores.


Lo primero que llama la atención de un jeepney es su exterior, un enorme vehículo de chapa de acero repleto de luces, alerones y graffitis de una gran calidad artística pintados con aerógrafo a gusto del propietario, desde imágenes religiosas hasta musicales pasando por escenas tropicales propias del país. Quien mejor decorado tenga su jeepney más llamará la atención de los pasajeros. Cada vez estoy más convencido de que el tuning se inventó en Filipinas, y algunos también llevan instalado un potente equipo musical para amenizar sus trayectos.

Pero para conocer bien cómo funciona un jeepney hay que meterse dentro, algo que a muchos turistas les causa pavor ya que piensan que es un auténtico caos y acabarán perdidos en cualquier lugar desconocido. Que no cunda el pánico, es muy fácil moverse en ellos y tanto el conductor como el resto de pasajeros estarán encantados de echarnos una mano.


En los laterales de un jeepney siempre aparecen escritos los lugares que va a recorrer, eso es lo primero que debemos mirar. Una vez escogido nuestro destino subiremos por la parte trasera, eso sí, con la cabeza agachada para no rompernos la crisma con el techo, y buscaremos un sitio libre en uno de los dos bancos que están situados uno frente al otro. Probablemente estaremos algo apretujados unos con otros pero no pasa nada, como es posible que no haya dentro más kanos (extranjeros blancos) seremos al momento el punto de atención y comprobaremos al instante la amabilidad y hospitalidad filipinas. Nuestro viaje en jeepney se va a convertir en una animada conversación llena de preguntas, respuestas y risas, muchas risas con el resto de pasajeros. Una forma de conocer mejor la vida cotidiana de los filipinos sin hablar únicamente con quienes se dedican al turismo.


Otra ventaja de los jeepneys es su ridículo precio, en casi ningún trayecto pagaremos más de diez pesos por persona, menos de veinte céntimos de euro. Y lo más sorprendente es la forma de pago, el propio conductor es el que maneja la pasta y los pasajeros se van pasando el dinero unos a otros hasta llegar a él. Si nos tienen que dar las vueltas será el conductor quien realice el mismo proceso en sentido inverso hasta que el dinero llegue a nuestras manos.

Para terminar, añadir que un jeepney no tiene paradas concretas, podemos cogerlos en cualquier lado de la calle o la carretera agitando la mano y cuando queramos bajar no tenemos más que golpear el techo con una moneda o decir "para", así como suena, el verbo parar se dice exactamente igual en tagalog que en español.


lunes, 24 de marzo de 2014

BALUT, UNA DELICATESSEN FILIPINA


A pesar de no tener tanto reconocimiento internacional como otras gastronomías asiáticas, he de reconocer que me encanta la comida filipina. No tiene el exotismo de otras, pero al menos yo considero eso como una gran ventaja ya que posee unas costumbres culinarias bastante más similares a las nuestras. En este caso también tiene mucho que ver la herencia de la colonización española, son muy comunes las sopas, empanadas, estofados, adobos, fritos, cochinillos asados y hasta chipirones en su tinta. Eso sí, aquí el pan es sustituído por arroz, algo que comemos a todas horas del día. Pero hay veces que si cierro los ojos parece que estoy en casa, en este mismo instante Jhing está preparando unos mejillones en salsa verde.

Y la materia prima es excelente, tanto la carne como el pescado, las verduras y todo tipo de frutas tropicales. Buenos alimentos que contienen las tres B: bueno, bonito y barato. Un kilo de los mejillones recién cogidos que nos vamos a zampar ahora mismo nos ha costado treinta pesos (medio euro) en el mercado de El Nido.

Pero también existen un montón de recetas y productos típicos de la tradición filipina desconocidos y un tanto extraños o incluso repugnantes para los occidentales. El principal y más famoso lo podéis ver en la foto de arriba, y estoy seguro que a más de uno ya le ha dado mal rollo esa imagen, me refiero al balut, una delicatessen filipina que vuelve loco al cien por cien de su población, hasta dicen que tiene un cierto carácter afrodisiaco.

El balut es símplemente un huevo de pato cocido, pero en vez de yema tiene algo diferente. Su interior lleva un embríón de patito, una especie de feto con sus huesitos, sus pequeñas plumas y demás, rodeado de un jugo de sabor amargo y... en fin, ahí lo dejo. Me gusta probar de todo, pero reconozco que todavía y a pesar de mis ganas no he podido atacar el jodido balut, nada más abrir la cáscara sufro una mezcla de árcadas y náuseas que me impiden seguir con el tema. Aunque me he prometido a mí mismo y a amigos filipinos que algún día lo probaré, cuando llegue ese momento prometo explicaros mis sensaciones.

Normalmente se compra y come en plena calle y cuesta unos veinte pesos. En cualquier lugar veréis a alguien caminando con una pequeña cesta o nevera de camping gritando baluuuuuut, baluuuuuut, y se suele acompañar de sal y una salsa con vinagre, ajo y algo de chili. Dicen que nadie puede decir que ha estado o conoce Filipinas hasta que haya probado un balut, yo sigo en mi intento, espero que vosotros os animéis, mucha suerte.

miércoles, 19 de marzo de 2014

UN FUNERAL FILIPINO


Las noches en El Nido son agradables, como en cualquier zona de clima tropical. La temperatura disminuye, no hace tanto calor y nos gusta sentarnos un rato en la terraza de nuestra pensión, una pequeña liturgia que casi siempre practicamos. Allí tomamos un par de cervezas, charlamos, escuchamos algo de música y observamos el languidecer del pueblo, las calles adormecidas, los pocos paseantes que se ven a esas horas.

Ayer, cerca de medianoche, había más movimiento del habitual. Unos metros más allá de donde nos encontramos unos cuantos vecinos celebraban una reunión. Un bulbo daba luz a los asistentes y varias sillas se esparcían en la calle para dar descanso a la gente. Tras preguntar a una cría, Jhing me explicó que se trataba de un velatorio, había fallecido una anciana en nuestro barangay, nuestro barrio.

Las mujeres hablaban de sus cosas, mientras los hombres compartían tragos de tuba, el típico aguardiente local de agua de coco, ron Tanduay, o litronas de cerveza Red Horse. Me pareció escuchar una especie de letanía y pensé que alguien estaba rezando un rosario, hasta que tras afinar mis oídos me di cuenta que entendía, aquellas palabras sonaban a español y decían algo así como "ocho... doce... sesenta y cinco... diecisiete... ventidos... catorce...", ¿qué narices era eso?, ¿de qué hablaba esa gente? De repente alguien elevó el tono de voz y dijo "bingoooo...". Joder, estaban jugando al bingo en pleno funeral, ya sé que suena extraño y surrealista, pero es una tradición obligatoria en cualquier velatorio filipino.

Al contrario que en otros países del sudeste asiático donde predominan el budismo o el islamismo, la inmensa mayoría de los fílipinos son católicos hasta la médula, otra herencia de la colonización española. En Filipinas las iglesias se abarrotan durante las misas dominicales y es muy corriente ver a la gente rezar antes de comenzar a comer. Pero es un cristianismo algo tropicalizado, mezclado con tradiciones indígenas y dando la misma importancia a espíritus y fantasmas que a la santísima trinidad.

Cuando alguien fallece se embalsama el cuerpo y se mantiene en la casa familiar entre una y dos semanas, o el tiempo suficiente para que pueda ser despedido y visitado por familiares, vecinos y demás allegados. Y durante todo ese tiempo se monta una buena fiesta, dicen que el espiritu del difunto tendrá un futuro mejor viendo cómo se le homenajea.

La casa familiar está abierta las venticuatro horas del día y se ofrece comida y bebida. Además, nunca falta la música ni el bingo o los juegos de cartas. Todos los asistentes apuntan su nombre en un registro y donan algo de pasta para cubrir los gastos del hospital, la misa y el entierro. Y no se observan lágrimas o lloriqueos, más bien cachondeo.

Y tras un montón de días acaba el curioso velatorio y realizan la marcha fúnebre desde el hogar del finado hasta la iglesia y el cementerio. En esta ocasión los asistentes visten sus mejores galas, caminando a paso lento detrás de los curas, el ataud y los familiares. Desaparece la música festiva y se sustituye por una más acorde y seria al momento. Aquí ya podemos ver a la gente soltando lagrimillas, no sé si es porque ya no verán nunca más al fallecido o porque el fiestorro ha llegado a su final.





viernes, 7 de marzo de 2014

UNAS CLASES DE TAGALO


El tagalo, o tagalog, junto al inglés son los idiomas oficiales de Filipinas. Además, existen cantidad de lenguajes dependiendo de las diferentes islas, regiones o provincias tales como ilocano, cebuano, ilongo, koyonin, tagbanua, karayan, samareño y un centenar más. Poco a poco voy aprendiendo y entendiendo algo de tagalo, ya que es la lengua que puedes hablar en todo el archipiélago, así que salvo algunas palabras prefiero no liarme con otros idiomas filipinos, mejor centrarme en uno sólo sin que mi cerebro se convierta en una Torre de Babel.

A pesar de hablarse en un país de las antípodas no resulta un idioma demasiado difícil, al menos no resulta tan complicado como otras lenguas del sudeste asiático, no tiene ese alfabeto indescifrable del tailandés, el camboyano o el laosiano, ni esos tonos de voz tan peliagudos para nosotros. Las palabras están formadas por vocal-consonante, vocal-consonante y se pronuncian de la misma forma que se leen, tan sólo te sientes algo gangoso a la hora de pronunciar las letras seguidas ng, una especie de sustitución de la eñe española que abunda en cantidad de palabras.

Y cuando un hispanohablante viaje por primera vez a Filipinas se sorprenderá al escuchar palabras muy familiares. Antés de que su avión aterrice le llamará la atención que en la típica charla que sueltan azafatas o pilotos le sonarán cosas como aeroplano, pasajero o cinturón. Ya sabréis que Filipinas fue colonia española durante tres siglos, hasta finales del XIX, y hoy en día el vocabulario tagalo sigue manteniendo cantidad de palabras de nuestro idioma.

Muchas ciudades, pueblos y calles tienen nombres españoles o vascos, algo muy ventajoso a la hora de memorizarlos y recordarlos, incluso la mayoría de los apellidos de los filipinos, un buen amigo mío se llama Jason Zarrabeitia, a pesar de su tez morena y sus ojos rasgados. Algunos tienen algún colonizador entre sus antepasados, a otros simplemente les fueron poniendo apellidos, algo que los indígenas no usaban.

Pero comencemos el lío con una pequeña lección de tagalo, una introducción a su vocabulario, y os daréis cuenta que comprendéis la lengua filipina más de lo que podríais imaginar. Kumusta?, el saludo típico a la hora de conocer o encontrarse con alguien, significa ¿cómo está?, ya veis que es muy similar.

Los números desde el uno hasta el infinito se dicen en español (o inglés), así como los días de la semana (lunes, martes, miyerkules, huwebes, biyernes, sabado, excepto domingo, que se dice linggo), los meses del año (inero, pebrero, marso, abril, mayo, junio, hulyo, agosto, setyembre, octubre, nubyembre, disyembre) o las horas. También hay muchas profesiones que utilizan la misma palabra con sólo una pequeña variante, tales como mecánico, carpintero, barbero, limpiabotas, doctor, dentista y muchas otras. En cuanto a la alimentación veréis que no supone ningún quebradero de cabeza ir de compras al palenque (mercado), os entenderán perfectamente cuando pidáis patatas, cebolla, lechuga, calabaza, pepinos, remolacha, rábanos, repollo, pimienta, laurel, etc.

Y algunas más para vuestra primera lección de tagalo: camiseta, pantalón, vestido, falda o zapatos; mesa, silla, ventana o banco; cuchara, cuchillo, tenedor, vaso o taza. En fin, cantidad, pero vamos a dejarlo aquí que por hoy ya está más que bien. Y tampoco os emocionéis demasiado ya que existen otras muchísimas palabras que no tienen absolutamente nada que ver con el español, no olvidemos que el tagalo en su origen proviene de lenguas malayas y polinesias. Incluso algunos vocablos nos pueden llevar a un ligero malentendido, por ejemplo, ama no quiere decir madre sino padre. O la que más gracia me hace y me volvió loco más de una vez durante mis comienzos filipinos, si acudís por ejemplo a una oficina para preguntar si ese barco que queréis coger mañana a una determinada isla va a salir a su hora y os responden seguro, al loro, seguro quiere decir algo así como may be, puede que sí o puede que no, si de verdad algo es seguro os tienen que decir sigurado.

Y para finalizar esta clase se me olvidaba comentar las primeras palabras que hay que saber en cualquier idioma, "sí" se dice oo, "no" se dice hindi. Aunque el oo también resulta gracioso, muy a menudo los filipinos utilizan la comunicación no verbal para afirmar algo y simplemente levantan las cejas. Por otra parte, podéis estar tranquilos si las lenguas filipinan os parecen algo complicadas, el inglés se habla en todas partes e incluso se mezcla con el tagalo, es lo que ellos llaman taglish. Salvo en algunas zonas rurales alejadas de la civilización la mayoría de los filipinos se expresan en inglés de manera excelente con un perfecto acento americanizado. Bueno, tranquilos que no os voy a dar más la chapa ni os voy a poner deberes para mañana, un saludo y mabuhay, bienvenidos a Filipinas.