martes, 30 de noviembre de 2010

I LOVE PAI


He pasado las últimas semanas de este nomadeo en Pai, un pequeño paraíso en las montañas del noroeste de Tailandia a mitad de camino entre Chiang Mai y Mae Hong Son, un lugar que conocí hace unos dos años y medio. En aquella ocasión se trataba de un viaje rápido, con billete de vuelta, no como el de ahora, y pasé unos pocos días pero me enganchó tanto que me prometí a mí mismo volver.

Ahora me he quitado la espina y me he quedado aquí dieciocho días, y me quedaría muchos más pero el nomadeo sigue y el cuerpo pide guerra otra vez. Pero en realidad la razón que me obliga a abandonar Pai es burocrática, estaba tan bien aquí que no me había dado cuenta que el visado me vence mañana, así que tengo que salir de Tailandia a toda leche si no quiero tener problemas para volver a entrar. Así de errante es la vida de los expatriados.

En líneas generales diré que Pai se ubica en un valle atravesado por un río y rodeado de montañas y jungla, aldeas tribales, aguas termales, cataratas, cañones, un paisaje de cuento, algo que parece irreal. Y el pueblo en sí sabe poner coto a un desmesurado desarrollo impidiendo la construcción de casas de más de dos alturas, o negándose a que se implanten franquicias como Mc Donalds, etc.

Aquí viven juntos tailandeses de la etnia shan, lisu, otros que huyeron del follón de Bangkok, una comunidad china, otra musulmana, y un creciente número de farangs u occidentales. Entre todos se entienden de maravilla y son los artífices de que el lugar siga siendo auténtico. En los últimos años no ha cambiado mucho, si acaso se nota un aumento del turismo interior. Pai se está poniendo de moda entre los propios tailandeses y los fines de semana se llena de gente que viene desde Bangkok o Chiang Mai.

Y otro de los factores que me han retenido es el clima tropical de montaña que tenemos durante estos meses. Las lluvias acabaron, luce el sol todos los días, y por la noche hay un fresquito que se agradece, no solemos bajar de los dieciocho grados pero es gracioso ver a los tailandeses temblando y usando plumiferos y gorros de lana.

Pocas veces durante este viaje me ha dado tanta pena abandonar un sitio, he hecho muy buenos amigos aquí y hoy pasan las horas entre despedidas y abrazos con la gente que me encuentro por la calle. Y por supuesto otra vez la promesa de volver. No me extrañaría que en un futuro, cuando todo ésto acabe, venga a vivir a Pai durante largas temporadas.

Bueno, ahora me espera una buena paliza, primero a Chiang Mai, luego a Bangkok, y seguido a Camboya. Tengo que hacerlo todo del tirón, he exprimido el visado hasta el último momento. Calculo que mañana por la tarde llegaré a Siem Reap, el punto de acceso a los templos de Angkor. Pero ya sábeis, eso será otra historia...

jueves, 25 de noviembre de 2010

TOCANDO EL CIELO EN BAGAN


Aparco mi bicicleta bajo la sombra de un árbol, un banyan. Observo la planicie y me veo rodeado de pagodas hasta donde la vista alcanza. Me quito la camiseta llena de sudor y me tumbo, una ligera brisa mece la hierba y ésta me hace cosquillas. No pienso en nada y me fundo en el paisaje.

Han debido pasar unas cuantas horas y hasta me he quedado dormido. No hay nadie, tan sólo un montón de mariposas volando encima, aprovechan la sombra igual que yo. A lo lejos oigo el rumor del río Irrawaddy, ancho y tranquilo aquí en Bagan, la corriente bajando rápida pero en calma, cientos de kilometros más abajo se dividirá en innumerables ramales formando el famoso delta hasta desembocar en el golfo de Bengala.

Sigo tumbado, los mosquitos ya ni me pican, llevo tanto tiempo en el continente que mi piel se ha debido volver asiática. Más allá se oye el traqueteo de algún carro tirado por búfalos, las risas y los juegos de algunos niños, los mantras budistas entonados por los monjes en algún monasterio cercano.

En el cielo veo un avión, estará a unos diez mil metros, ¿dónde irá?, levanto la mano y toco el cielo, la desplazo un poco y toco el sol. Se ha movido bastante durante el rato que llevo aquí tumbado, perdón, no se ha movido, está en el mismo lugar, somos nosotros los que nos movemos, es la tierra la que gira, y tomo conciencia de ello.

Han debido pasar unas cuantas horas, ni he mirado el reloj. Tampoco he tocado la mochila. Aparte de la cámara, un cuaderno de notas y un libro, llevo unos platanos, una manzana, agua y unos dulces caseros de tamarindo para chuparse los dedos.

No he comido, ni siquiera he bebido agua, tampoco he sacado fotos ni tomado notas, sigo enmimismado, sin pensar en nada, fundido en lo que me rodea. Toco el cielo otra vez.

Aparece un hombre a caballo, se apea y se tumba a mi lado. Sonríe y me ofrece un cheroot, un cigarro puro local que los birmanos fuman sin cesar. Lo acepto y fumamos juntos, tumbados, mirando al cielo. No nos entendemos, el viejo no habla inglés y yo sólo sé cuatro palabras en birmano. Pero nuestros ojos hablan, y nuestras miradas. Asentimos, reímos y seguimos fumando y mirando al cielo. Ahora nos entendemos perféctamente.

Pasa otro rato, quizás una hora o dos, el hombre se levanta y por señas me explica que siga más tiempo allí tumbado, me señala el sol, las pagodas y la luz reflejada en ellas, y me hace entender que dentro de un momento aquel paisaje convergerá en algo todavía más bello. Le hago caso y espero, tiene razón, se va galopando y me quedo allí sólo otra vez. Y vuelvo a tocar el cielo.

Y mi cuerpo parece que levita, o es mi alma quien se sale de su traje, ya ni siquiera noto las cosquillas que me hace la hierba. Mi cuerpo y mi espíritu se estremecen, estoy en pleno éxtasis vital. Y vuelvo a tocar el cielo, o a volar, ya ni siquiera lo sé. Tampoco sé si lo que he fumado era tan sólo un inocente cheroot.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

RANGOON


Ahora se llama Yangon, pero yo prefiero llamarla Rangoon, toda la vida ha sido así, hasta que a algún caprichoso de la junta militar se le ocurrió llamarla de otra forma. Ya habían cambiado el nombre del país en 1988, de Birmania pasó a ser Myanmar, decían que lo de Birmania era un vestigio de los colonizadores británicos. Y ya puestos decidierón que el legendario río Irrawaddy pasaría a llamarse Ayeyarwaddy. Pero a mí me siguen gustando más los nombres antiguos, y son los que utilizo en este blog, además suenan más míticos.


Rangoon es la ciudad más poblada del país con unos cinco millones de habitantes y fue capital de Birmania hasta que en 2005 la junta militar se inventó una nueva: Naypyidaw, una fantasmagórica urbe recién creada que todavía se encuentra en construcción. Unos sostienen que trasladaron la capital al centro del país para aislarse todavía más, otros aseguran que allí están más cerca de los conflictos con las diferentes etnias de la zona, y los militares dicen lacónicamente que tomaron esa decisión tras consultar con los astrólogos.


Naypyidaw está habitada únicamente por militares y funcionarios. Prácticamente todo el que trabajaba para el gobierno fue obligado a abandonar Rangoon y establecerse en la nueva capital. Poco a poco fueron trasladándose sus familias y se van construyendo áreas residenciales, parques, centros de educación, de sanidad. Muchos critican ese inmenso derroche presupuestario que sólo favorece a las élites del país. Por no hablar del absurdo hecho de crear una ciudad donde no había nada obviando las verdaderas necesidades de los birmanos. Sobra decir que Naypyidaw es una ciudad fantasma donde no se permite el acceso a los extranjeros, tampoco nos perdemos nada.


Pero Rangoon sigue siendo el centro económico, social y cultural del país, y ahora que las fronteras terrestres están cerradas su aeropuerto internacional es el único punto de acceso. Nada más llegar a Rangoon tu mente se traslada a mediados del siglo pasado, parece que no haya cambiado nada, te invade una sensación de decadencia y abandono. Y se notan los efectos de las sanciones económicas de los principales países occidentales, unas sanciones que como siempre sólo perjudican a la gente de a pie.


Las mujeres con su thanaka, los hombres con sus longyi, un pareo de color oscuro que visten desde los parias callejeros hasta los ejecutivos, muchos campesinos llegados de las montañas en busca de una oportunidad de vivir mejor, monjes y monjas, barrios y mercados indios y musulmanes, comercios chinos, cientos de pagodas budistas y una evidente sensación de estar en una ciudad destartalada.


Los coches andan de milagro, trozos de chatarra que no pasarían una revisión ni de lejos. El transporte público es tan variado como caótico, desde viejos autobuses chinos hasta furgonetas, camiones, carros y triciclos. Llama la atención no ver una sola motocicleta, es la única ciudad asiática donde no corres el peligro de acabar arrollado por una de ellas. Según me enteré, uno de los generales tuvo un incidente de tráfico con una moto y no se le ocurrió otra cosa que prohibir su uso en todo Rangoon. De la noche a la mañana miles de personas se quedaron sin poder utilizar el único medio de transporte que tenían. Pero sin duda el colmo de los despropósitos es que se conduce por la derecha mientras que la inmensa mayoría de los vehículos también tienen el volante a la derecha. La colaboración del copiloto es decisiva a la hora de intentar cualquier adelantamiento.


El centro neurálgico de Rangoon se encuentra al sur de la ciudad, pegado al río y al golfo de Mottama. Desde sus muelles zarpan cada pocos minutos ferrys no menos destartalados que se internarán en el delta del Irrawaddy, llegando allí donde no hay carreteras. Las calles del downtown están bien organizadas, fruto de la herencia británica, barrios rectilíneos donde resulta fácil orientarse, no ya moverse, porque las calzadas están llenas de agujeros y las aceras son trampas mortales llenas de baldosas sueltas y cables eléctricos pelados colgando por todos lados. Además, las aceras se usan para montar puestos callejeros, amontonar paquetes o colocar inmensos generadores que suplen los constantes apagones de la compañía eléctrica del gobierno. Y cuando llueve no queda más que resignarse y caminar por la ciudad con el agua llegando a las rodillas.


En Rangoon todavía se pueden observar los vestigios de la época colonial británica en su arquitectura, preciosos edificios de estilo victoriano que languidecen por falta de mantenimiento, fachadas descascarilladas donde la vegetación se va abriendo paso entre sus rendijas. Y también choca ver imponentes edificios oficiales que ya no tienen ningún uso y se van pudriendo poco a poco. Cuando llevaron la capital a Naypyidaw simplemente sacaron todo lo que había dentro y se largaron.


Y cuando cae la noche llegan las tinieblas. El alumbrado público es inexistente y si no fuera por el empeño de hosteleros y comerciantes en poner algún florescente fuera de sus locales no se vería absolutamente nada. Eso sí, a las once de la noche todo el mundo a su casita, el gobierno ordena cerrar la ciudad a cal y canto a partir de esa hora y a nadie se le ocurriría incumplir la ley. Sólo permanecen abiertas un par de discotecas propiedad de militares o altos cargos del gobierno donde se emborrachan a diario las élites de Rangoon, no me apetecía nada conocer ese ambiente.


Pero si el downtown de Rangoon puede resultar un poco agobiante, el norte de la ciudad está lleno de zonas verdes donde destacan los lagos Inya y Kandawgyi, varios parques y sobre todo la pagoda de Shwedagon, la verdadera joya de la corona de la zona, quizás el complejo budista más espectacular que he visto hasta ahora en Asia.

En fin, que Rangoon no es un lugar de esparcimiento y descanso, pero es una buena primera toma de contacto para hacerse una idea de cómo funciona el país. Y al ser una ciudad mítica no deja de tener su encanto. Sus habitantes apenas hablan inglés, y no ves casi ningún occidental, pero los birmanos son tan encantadores que es una delicia mezclarte con ellos en sus calles, sus mercados, sentarte a comer algo o tomar una cerveza en sus chiringuitos callejeros, o subirte al techo de un camión sin saber exáctamente dónde te va a llevar. Todo el mundo estará dispuesto a echarte una mano.

jueves, 18 de noviembre de 2010

THANAKA


Nada más abandonar la terminal de llegadas del aeropuerto de Rangoon me quedé observando a una mujer birmana. No es que llamara mi atención de una manera especial, pero su rostro mostraba una especie de masa amarillenta pegada a la piel, una mancha pringosa que en un principio atribuí a los noddles que habría sorbido minutos antes, se ha puesto perdida y no se ha dado ni cuenta, pensé.


Pero al acercarme a ella percibí que aquellas marcas habían sido hechas de forma deliberada, dos círculos perfectos coronaban sus pómulos, y una graciosa pincelada su frente y la punta de la nariz. Aquello tenía que tener un significado, me convencí de ello cuando tras caminar unos pasos ví otra mujer, y otra, y otra más, todas lucían esa extraña marca en la cara, cada una aportando su propio diseño.


¿Serían pinturas de guerra?, no, eso no tenía ningún sentido, no me iba a encontrar justo enfrente de una etnia belicosa en las mismísimas instalaciones del aeropuerto. ¿Tal vez los colores de su equipo de fútbol?, tampoco, esas mujeres no tenían ninguna pinta de estar idiotizadas por los efluvios del deporte rey. La respuesta era mucho más sencilla, se trataba simplemente del thanaka.


El thanaka es el cosmético nacional por excelencia en Birmania y lo usan prácticamente todas las mujeres y niños. Cada vez más, sobre todo en zonas rurales, se animan a utilizarlo los chicos, casi siempre a esa edad en la que el acné se ceba con su piel. Recuerdo haberlo visto en alguna isla del suroeste de Tailandia, pero no de forma tan exagerada. En Birmania es más fácil ver a una mujer con thanaka que sin él, lo llevan desde que se levantan hasta que se acuestan.


El thanaka es un polvo amarillento que se extrae al moler la corteza del árbol del mismo nombre sobre una piedra plana. En todos los hogares hay una de estas piedras, después de mezclar la corteza del thanaka con un poco de agua se frota enérgicamente hasta que un espeso liquidillo de olor parecido al sándalo va cayendo sobre un canal que ocupa todo el perímetro de la piedra. Ya está listo para aplicarse en la piel y toda la familia irá pasando por allí poco a poco.


Y dentro del thanaka también existen las modas, a algunas mujeres les gusta dibujarse círculos, a otras cuadrados, unas se lo aplican con los dedos, otras con cepillos de dientes, unas sólo se lo ponen en las mejillas, otras lo extienden a frente y nariz, y también se usa en cuello, brazos, piernas... A los niños se les suele dibujar hojas, estellas, lunas y otras cosas, pero no les dura mucho, enseguida se empiezan a toquetear toda la cara y a pringarse de thanaka de arriba a abajo.

Pero aparte del decorativo, el principal objetivo del thanaka es el de proteger y cuidar la piel, es un cosmético natural utilizado desde hace muchas generaciones. Y de paso también les protege del sol, otra vez salen a la luz las diferencias culturales, mientras que a los occidentales nos gusta lucir un buen bronceado los de otras razas suspiran por tener una piel blanca. En cualquier caso el thanaka es otro de los muchos símbolos de identidad que diferencian a los birmanios de cualquier otro país del sudeste asiático.

lunes, 15 de noviembre de 2010

EL DINERO EN BIRMANIA


Birmania es un lugar que funciona de una manera bastante sui generis, algo surrealista en ocasiones. Una de esas particularidades es su sistema monetario, el dinero, el vil metal, algo que hay que tener muy en cuenta antes de entrar al país por lo que no viene mal algo de información práctica.

En Birmania no existen cajeros automáticos ni se conocen los cheques de viaje, la Western Union ni nada parecido, así que no queda otro remedio que llevar la pasta en efectivo. La moneda nacional es el kyat y se puede obtener cambiando dólares o euros, pero al tener ambas divisas la misma cotización es mejor olvidarse de nuestra moneda europea y utilizar la del Tío Sam, saldremos ganando.

Los dólares que llevemos deben ser nuevos, impolutos y sin una sóla arruga, de lo contrario no los aceptarán. Y es mejor cerciorarse que no sean de la serie CB, tampoco los quieren, parece ser que ruló por el país una gran remesa de billetes falsos de esta numeración y no se fían. Curiosamente la divisa de la gran potencia es la más facil de falsificar, debe ser que gastan mucho de su presupuesto en guerras y poco en la fábrica de moneda.

Pero lo más chocante de todo es la cotización oficial del kyat respecto al dólar. En los bancos, pertenecientes todos a la junta militar, te dan seis kyats por cada dólar. En la calle te ofrecen entre mil y mil doscientos, depende de la capacidad de regateo de cada uno y la cantidad de dólares que esté dispuesto a cambiar. La diferencia es tan significativa que la opción es clara: hay que recurrir al mercado negro.

Los dólares los usaremos para pagar en los hoteles y poco más, para el resto hay que usar kyats, así que hay que evitar la tentación de cambiar dinero en el aeropuerto (sucursal oficial) y darle cinco dólares a un taxista para que nos lleve al centro de Rangoon. Después de haber dejado el equipaje en el hotel tendrá lugar el primer contacto con el pueblo birmano, hay que conseguir kyats.

Que nadie se asuste de cambiar dinero en plena calle, es una transacción comercial como otra cualquiera. Además la policía hace la vista gorda, el gobierno sabe que los turistas no somos tan tontos como para tirar nuestro dinero en los bancos oficiales, muchas veces incluso hay cantidad de cambistas en la misma puerta de estos bancos y hasta la gente local recurre a ellos.

En cuanto uno de ellos te haga una señal y te diga "Change money, sir?" no hay más que sentarse a tomar un té en unos de los numerosos chiringuitos callejeros que abarrotan aceras y calzadas. Y allí mismo, en una minúscula mesa rodeada de minúsculas sillas que parece sacado todo de un jardín de infancia, cuentas tranquilamente el fajo de billetes hasta que estés conforme y después le entregas tus dólares.

Normalmente, te dan fajos de cien mil kyats, divididos en cien billetes de mil recién salidos del horno, nuevecitos, con numeración correlativa y con el precinto del banco central de Myanmar. Parece que acabas de pegar un palo. El problema es cuando vas cambiando los billetes nuevos de mil por otros más pequeños, éstos ya están negros, rotos por todas las esquinas, pegados y repegados con cello... se te junta un mejunje en el bolsillo que no es normal.

Lo que es importante es entrar en el país con más dinero del que podamos necesitar. Quedarte sin dinero contante y sonante puede ser un quebradero de cabeza; por lo que sé hay un par de hoteles de lujo en Rangoon que aceptan tarjetas de crédito y en caso de verdadera necesidad te pueden hacer el "favor" de adelantarte efectivo, eso sí, cargándote un ¡treinta por ciento! de comisión, menuda cara.

Pero tampoco hay que obsesionarse con la economía, casi todos los que salimos de Birmania lo hacemos habiendo gastado mucho menos de lo que pensábamos. Nunca he pagado más de siete dólares para dormir, casi siempre en pequeños hoteles familiares, limpios, con desayuno monumental incluído y aire acondicionado y televisión por cable en muchos de ellos. Y si comes en sus múltiples restaurantes callejeros puedes tragar hasta decir basta por un dolar y medio, encima siempre te regalan el té, una sopa de entrante y el postre.

Como conclusión diré que muchos birmanos invierten sus pequeños ahorros en oro. No confían en los bancos, más de una vez se han encontrado sus cuentas a cero y al pedir explicaciones les han dicho "necesidades nacionales, ummmm, ya se lo devolverán...". Tampoco quieren tener el dinero en casa, una moneda tan frágil que en cualquier momento puede convertirse en papel mojado, como aquella vez que el gobierno decidió de un día para otro dejar sin valor los billetes de treinta y cinco y sesenta y cinco kyats (extrañas denominaciones). Un montón de pequeños ahorradores se quedaron en la ruina.

lunes, 8 de noviembre de 2010

UN ESPERADO PUCHERAZO


Como era previsible, las elecciones "democráticas" celebradas ayer en Birmania se convirtieron en una auténtica farsa, un fraude para los cincuenta millones de birmanos en un intento de legitimizar y perpetuar en el poder al infame general Than Shwe. La junta militar ha manifestado con su característica chulería que los resultados definitivos se harán públicos a su debido tiempo, pero todo indica que ganará por goleada el partido del gobierno, el cínicamente llamado partido de la unión, la solidaridad y el desarrollo (USDP).

En esta ocasión no se ha presentado a las urnas Aung San Suu Kyi, conocida en el país como The Lady y por la que sienten verdadera devoción la inmensa mayoría de los birmanos. Desde su domicilio, donde sigue arrestada, manifestó que no pensaba tomar parte en unas elecciones amañadas de antemano e hizo un llamamiento al resto de la población a boicotear con su abstención el plebiscito. Ya ganó el referendum celebrado en 1990 con el ochenta por ciento de los votos y la junta militar anuló el resultado sin más explicaciones.

Por otro lado, se ha prohibido el derecho al sufragio en bastantes zonas del país habitadas por minorías étnicas tales como los shan, los karen, los kachin, los wa o los mon, lugares en los que se encuentran varios grupos armados rebeldes luchando contra el gobierno. Y sobre todo en las zonas rurales la gente ha sido prácticamente obligada a votar al partido que apoya la junta militar bajo amenza de cárcel. Otros muchos no se han atrevido a apoyar el boicot ya que constaría que no han pasado por las urnas.


No se ha permitido la presencia en el país de periodistas ni observadores internacionales y en los colegios electorales ni siquiera había cabinas para ejercer el voto con algo de intimidad y la gente tenía que depositar su papeleta delante de funcionarios pro gubernamentales quienes les "asesoraban" acerca de cuál era la casilla que tenían que marcar.

Durante mi estancia en el país he vivido de cerca la surrealista campaña electoral, un ambiente en el que se mezclaba la desidia de la población con la proliferación de carteles que ensalzaban las virtudes de la junta militar. En Birmania no se puede iniciar una conversación sobre la situación política, a un turista no le va a pasar nada, como mucho será expulsado del país, pero el interlocutor corre un auténtico peligro y es fácil que sea condenado a una pena de cárcel con trabajos forzados incluídos.

No obstante, fueron muchos los que a través de susurros y una vez seguros que no había posibles informantes alrededor me mostraron su desesperación y me contaron auténticas historias de terror. Y todos hacían especial hincapié en que una vez abandonado el país contara lo que ocurre realmente dentro de sus fronteras. La mejor forma que se me ocurre es a través de la escritura, narrar de alguna forma el sufrimiento de los birmanos a través de este blog, éste es el granito de arena que puedo aportar.


El único susto lo sufrí la última noche de mi estancia en Birmania. Estaba alojado en un hotel de Rangoon y a la una de la madrugada la policía nos mandó bajar a recepción a los más o menos diez viajeros que nos encontrábamos allí para verificar nuestros pasaportes. La cosa parecía que iba en serio, la familia shan que regentaba el establecimiento estaba aterrorizada. Tras una serie de preguntas intentando averiguar si éramos periodistas nos dejaron en paz, yo les dije que no era de recibo molestar a unos sencillos turistas a esas horas de la noche, pero un policía con unos aires más que chulescos me contestó que yo no entendía nada, que era un asunto de seguridad nacional. Decidí no volver a abrir la boca.

La foto de los generales y las viñetas están sacadas de la revista "The Irrawaddy", la voz de la oposición, una publicación editada en Chiang Mai, en el noroeste de Tailandia, donde vive un número importante de exiliados birmanos y se sigue con especial atención el devenir del país vecino. Es posible que dentro de unos días consiga una entrevista con su editor jefe, Aung Zaw, y la publicaré aquí para mostraros su punto de vista. Y si queréis echar un vistazo a su página web para saber algo más de lo que ocurre en Birmania no tenéis más que pinchar aquí. También podéis mandarles un mensaje expresando vuestra solidaridad, os lo agradecerán de corazón.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

BURMESE PEOPLE

Ya estoy de vuelta en Bangkok después de venticinco días conociendo un poco Birmania. Finalmente no pude meter ese gol a la junta militar como dije en el post anterior y desgraciadamente pude comprobar que el acceso a blogger estaba bloqueado por lo que os he dejado un poco abandonados estas semanas.

Prometo resarcirme y ofreceros un mes de Noviembre intenso, lleno de posts, un pequeño especial sobre Birmania, un homenaje a un gran país que me ha llenado mucho. Y para empezar nada mejor que un marathon fotográfico dedicado a su maravillosa gente, un pueblo que a pesar de su pobreza crónica, su carencia de infraestructuras, de tecnología y de estar gobernados por una oligarquía militar tirana y represiva, vive de una manera feliz, hospitalaria y con un gran sentido del humor, su mejor arma.