jueves, 26 de agosto de 2010

LOS GITANOS DEL MAR


El de la foto de arriba es mi amigo Noki, un moken, un gitano del mar. Su carnet de identidad dice que nació en Koh Lipe, pero lo cierto es que le parieron a bordo de su kabang, su barco casa, y su madre no se acuerda exactamente en qué lugar, así que Noki die que realmente no sabe si es birmano, tailandés, malayo o indonesio. Sólo tiene claro que es moken.

Se asentó en Koh Lipe hace unos ocho años y es allí donde fue censado y pasó a formar parte del sistema, pero hasta ese momento vivió navegando por las islas del este del Mar de Andamán, de norte a sur y de sur a norte, entre el archipiélago de las Mergui en Birmania, los de Surin y Butang en Tailandia y algún islote por la zona de Banda Aceh, en Sumatra.

Nomadear por los mares navegando y pescando era la forma de vida de los gitanos del mar, aunque ya sólo quedan unos dos mil moken y la mayoría se han ido asentando en tierra firme. En Borneo también quedan unos cuantos, éstos de la etnia bajau. En época de monzones aprovechaban para parar en la isla que les cuadrara y se quedaban allí reparando o construyendo sus barcos, cuando paraban las lluvias y los maretones se echaban de nuevo a la mar.

Pero aparte de la explotación de los mares y las nuevas técnicas de pesca agresiva fueron los propios gobiernos de la zona quienes en vez de intentar mantener su ancestral cultura y forma de vida se empeñaron en forzarles a establecerse en tierra. Los moken y los bajau no entendían muy bien por qué, pero bueno, finalmente y poco a poco fueron cediendo casi todos y comenzaron a aprovechar las ventajas de la civilización moderna.


No obstante, siguen manteniendo en tierra sus tradiciones, sus creencias animistas, su amor hacia la naturaleza y su profundo conocimiento de mares y mareas. Saltaron a la fama por las noticias en medios de comunicación de todo el mundo cuando a raíz del tristemente famoso tsunami del 2004 que devastó toda la costa del Mar de Andamán apenas hubo ningún fallecido entre los gitanos del mar. Sospecharon que algo malo ocurría cuando vieron retirarse el agua de la costa y rápidamente subieron a las colinas más cercanas antes de que llegaran las monstruosas olas.

Los que se encontraban navegando también notaron algo extraño y se dirigieron mar adentro para evitar las rompientes. Debido a sus creencias animistas están convencidos de que el tsunami fue obra de los espíritus, hartos ya del mal uso que hacemos los humanos de la naturaleza. Y es que los gitanos de mar, también llamados en Koh Lipe urak lawoi, nunca han oído las palabra ecología, medioambiente o sostenibilidad, pero saben vivir perfectamente de lo que les ofrece la naturaleza sin exprimirla.

Utilizan técnicas ancestrales de pesca, como arpones de madera o redes con celdas lo suficientemente grandes para que no entren los peces pequeños. Conocen los ciclos de nacimiento de todas las especies del mar y saben cuándo pescar cada cosa. Por supuesto jamás cogen tortugas, delfines, ni nada parecido. Una de sus técnicas más llamativa cuando el viento está de tierra es la pesca con cometa. Dejan volar una desde la orilla de la cual pende un sedal hasta la superficie y ya está, cuando la cometa empieza a volar descontroladamente es que algo ha picado, es hora de recogerla.


También es sorprendente su capacidad pulmonar, los niños casi aprenden a bucear antes que a andar, y desde pequeños se les enseña técnicas de respiración para aguantar lo más posible en el fondo de los arrecifes. Tampoco utilizan gafas y tanto sus ojos como su foco visual están perfectamente adaptados al agua salada y las profundidades.

Un día salí a pescar con Noki, quería invitarnos a cenar y teníamos que procurarnos algo. Después de una hora y pico de navegación hacia el noroeste de Koh Lipe llegamos a un arrecife espectacular llamado Hin Paad, sólo cubría unos doce metros y el agua estaba tan clara que se veía el fondo perfectamente. Había cantidad de barracudas, los típicos peces payaso, algún tiburón ballena totalmente inofensivo y en el fondo cientos de langostas encaramadas al coral.

Por mi cara adivinó que me gustaba la langosta y casi sin avisar se tiró al agua armado con una vara de bambú en la que había una lazada en uno de los extremos. Yo me quedaría a bordo para mantener el barco en el sitio sin echar el ancla. Los gitanos del mar nunca utilizan el ancla en los arrecifes, así no los dañan.

Y gracias al bueno de Noki casi me da un ataque de nervios. El tío se tiró abajo más de cinco minutos a pelo sin subir a coger aire. ¿Sabéis lo que son cinco minutos de reloj esperando a que subiera mientras le veía en el fondo tan tranquilo?. Se me hizo interminable. Finalmente apareció con una sonrisa de oreja a oreja y cuatro langostas colgando de su cintura. Cuando le dije que no me hiciera eso nunca más, que estaba de los nervios, me contestó que no me preocupara, que sólo estaba escogiendo las langostas de más edad entre todas las que había.


Me acordé de mi mundo y pensé que én Occidente más de uno se habría quedado allí hasta dejar aquel arrecife vacío de pescado, pero Noki sólo cogió aquellas cuatro langostas, íbamos a ser cuatro para cenar y ya era más que suficiente. Y además, no sé cómo, pero sabía perfectamente cuáles eran las que habían vivido ya lo suficiente como para acabar en la cazuela y evitó coger otras más jovenes. Los gitanos del mar sólo pescan lo que van a comer y si alguna vez cogen de más es para venderlo cuando necesitan algo de dinero o para secarlo y tener provisiones cuando el estado de la mar les impida pescar.

La cena fue exquisita. Junto a las langostas Noki preparó una deliciosa salsa de tamarindo y leche de coco, para chuparse los dedos. Y lo mejor es que salió gratis, las langostas las pescó en un santiamén y los tamarindos y los cocoteros están allí para el que quiera aprovecharlos. Bueno, a decir verdad yo compré el postre, una botella del consabido ron local para amenizar la tertulia bajo las estrellas, una velada inolvidable.

viernes, 20 de agosto de 2010

BODORRIO EN KOH LIPE


Ayer tuvimos boda, pero no vayáis a pensar que era yo el que se casaba, se trataba del enlace de la encantadora parejita que veis en la foto. El banquete se celebró en la playa y estaban invitados todos los habitantes de la isla tailandesa de Koh Lipe, y por supuesto los escasos veinte viajeros que andamos por aquí en esta época.

Koh Lipe es una isla de ensueño, uno de esos lugares donde el tiempo se detiene y la vida transcurre plácidamente. Y más en temporada baja como estamos ahora. Al estar situada en el Mar de Andaman, al oeste del país, recibe de lleno los monzones del suroeste entre Junio y Noviembre, y muy poca gente pasa por aquí en estas fechas. Prácticamente toda la infraestructura turística está cerrada a cal y canto, tan sólo resisten un par de hotelitos y algún restaurante.

Sus habitantes aprovechan estos meses para descansar del ajetreo que supone la temporada alta e ir adecentando y renovando sus pequeños negocios, que en muchos casos habrán quedado arrasados por las primeras lluvias fuertes del monzón. La mayoría de sus garitos están hechos de madera, bambú y hoja de palma, y se destruyen tan fácil como se construyen.

Sin embargo ya ha pasado lo peor de los monzones, ahora las lluvias son más escasas, tan sólo algún espectacular chaparrón que se ve llegar a lo lejos cuando el cielo empieza a oscurecerse y se van condensando nubes de todas las formas y colores, un espectáculo precioso. Y después de la tempestad viene la calma, el ambiente se refresca y vuelve a salir el sol con mayor nitidez si cabe.

Y sobra decir que en esta época los isleños viven mucho más relajados y el contacto con ellos se hace más fácil y auténtico. Para ellos estos meses no son tiempos de hacer dinero y te abren las puertas de sus casas de una forma natural. Aparte de la boda casi todos los días me han invitado a conocer algún hogar, la escuela, a comer e incluso a salir a pescar.


Por estas fechas la temporada alta de Tailandia se centra en las islas del otro lado, al este del país, en el Golfo. Por supuesto pasaré por allí, sobre todo por Koh Tao, pero un poco más adelante. Una de las causas que me trajeron a Koh Lipe fue que al estar en pleno mes de Agosto, cuando más gente viaja, no quería llegar a un sitio atestado y desilusionarme viendo como bajaban muchos enteros las expectativas que tenía de tal o cual lugar. Buscaba algo fuera de ruta y por eso elegí este pequeño paraíso, sabiendo que muy poca gente vendría por aquí en esta época y que los pocos que lo harían tendrían seguramente muchos puntos en común conmigo. Y así ha sido, sin lugar a dudas recomiendo visitar Koh Lipe en época de monzones.

Y de la boda qué puedo decir, aparte de que hoy tengo una resaca de campeonato producto de las cantidades industriales de samsom (el ron local) con el que nos agasajaron. No estuve en la ceremonia, pero el banquete se asimilaba bastante a cualquier boda occidental. Los novios saludaban pacientemente a todos los invitados, los cuales les daban algo de pasta, la gente comía y bebía hasta reventar, los niños revoloteaban sin cesar entre las mesas, los borrachines prematuros eran los primeros en lanzarse a la improvisada pista de baile, jovenzuelas y jovenzuelos aprovechaban la ocasión para lanzarse los tejos, y el discjockey acababa agobiado y desbordado ante tantas peticiones.

Lo mejor era el lugar elegido para el banquete, un chiringuito en plena playa. Esto hacía que los novios eran los únicos que vestían decentemente, mientras que el resto de comensales andábamos descalzos y medio despelotados alternando baños entre plato y plato. Y nosotros, los farang, los extranjeros que estábamos allí disfrutamos como enanos y aprovechamos para conocer a todo el pueblo. Es curioso, en este viaje estoy asistiendo a más bodas que en mi vida normal occidental. En menos de un año la de ayer fue la tercera, en la India tuve el honor de ser invitado a otras dos.

martes, 10 de agosto de 2010

DE CUANDO LLEGUÉ A GOA


Llegué a Goa a principios de Febrero, cuando ya llevaba unos cuatro meses y medio de viaje, descubrí un paraíso y además me reencontré con el mar, con el Mar de Arabia en este caso. Hasta entonces había disfrutado de paisajes tan envolventes como las montañas del Himalaya, la jungla del Terai nepalés o el desierto de Thar rajastaní, pero echaba de menos el mar.

Nunca había estado tanto tiempo seguido sin verlo y necesitaba olerlo, escucharlo, dejar que el salitre penetrara otra vez por cada uno de los poros de mi piel y volviera a correr por mis venas. Desde que tengo uso de razón el mar siempre me ha acompañado y una vez que dejé el Cantábrico fijé mi residencia en una isla del Atlántico, y no en una cualquiera sino en una de las llamadas Afortunadas.

Venía en tren procedente de Bombay, que también tiene mar pero se asemeja más a una cloaca, y nada más apearme en un pueblo del norte de Goa recibí una bendición, un abrazo tropical. Y es que Goa huele a mar, y a verde, a aceite de coco y a miel de palma, a mango fresco y a pescado a la parrilla. Desde la estación compartí taxi con una viajera californiana hasta el pueblito costero de Arambol, y nada más llegar nos recibió una preciosa puesta de sol, una bola de fuego cayendo sobre el Mar de Arabia. Entonces supe que me iba a quedar en aquel lugar unas cuantas semanas cargando pilas. Una de las cosas que he aprendido acerca de los viajes de larga duración es que el cuerpo humano funciona como una especie de artefacto que carga y descarga baterías constantemente.


Antes de comenzar mi viaje pensaba que Goa no era más que un pueblo costero del Mar de Arabia, un famoso lugar que pusieron de moda los hippies de los sesenta que llegaban aquí a descansar en sus playas después de atravesar lugares míticos como Kabul, Kathmandu o Risikesh. También creía que ese paraíso había desaparecido por culpa de su fama transformándose en un destino vacacional de primer orden dirigido al turismo de vuelo charter, hotel y playa. Otros me habían dicho que en Goa no encontraría la India real, la verdadera India, que allí sólo acudía gente en busca de fiesta a causa de sus relajadas leyes respecto al alcohol y las drogas, jóvenes que empalmaban una fiesta con otra y andaban colocados durante toda su estancia en la zona.

Pero las cosas hay que comprobarlas por uno mismo y me llevé una grata sorpresa al ver que Goa es uno de esos lugares en el que al menos yo podría vivir tranquilamente unos cuantos años. Para empezar Goa no es un pueblo sino un estado, el más pequeño de la India eso sí, pero tiene una preciosa costa de unos cien kilometros donde abundan bosques tropicales, caudalosos ríos, acantilados, playas desiertas y otras no tanto, un lugar para todos los gustos donde cualquiera puede encontrar lo que busca.


En Goa también hay mayor calidad de vida que en el resto del país y eso se traduce en mejores índices de educación, sanidad y limpieza. El tráfico no es tan caótico, la mayoría de la gente disfruta de agua corriente y alcantarillado, y en algunas capas de población quizás se pueda apreciar pobreza, pero no miseria, hay una enorme diferencia entre estos dos términos. Y al estar ubicada en pleno trópico la gente lleva un ritmo de vida mucho más pausado, desaparece inmediatamente ese acoso al que te ves sometido en otras zonas del país.

Y en cuanto a la apreciación de algunos cuando dicen que no refleja la verdadera India yo pensaba, pero bueno, y cuál es la verdadera India, ¿acaso hay una parte más auténtica que otra?. El país es tan grande, tan vasto, tan diferente un lugar a otro respecto a su demografía, su cultura, su lenguaje, sus paisajes, sus creencias, que son mil mundos en uno sólo, no hay un lugar al que se pueda llamar más indio que otro, y ahí es donde reside su pricipal atractivo.


Goa fue colonizada por los portugueses y se reunificó con el resto del país en los años sesenta, no hace tanto. Tras la independencia de la India en 1947 los portugueses se hicieron los locos y no fue hasta veinte años después cuando se largaron. No obstante su legado cultural y artístico es riquísimo y se nota su herencia en el día a día. La mayor diferencia con el resto del país es que aquí casi todos son cristianos, la inquisición entró a cuchillo en Goa y casi todo el mundo se convirtió para evitar la hoguera, los que no pasaron por el aro tuvieron que emigrar a los estados vecinos de Karnataka y Maharastra. Y si en algo me vino bien el que aquí fueran cristianos es que está la veda abierta para las vacas y por fin pude ponerme morado a comer carne de ternera.

Y respecto al tópico de las fiestas playeras y las noches sin fin pues sí, haberlas haylas, no con ese carácter hippie de hace años, algo más indo-electrónicas, pero están localizadas en un par de puntos de la costa. Por otra parte existen otros lugares donde el ambiente es mucho más tranquilo y otros donde se puede ver un turismo más enfocado al de vuelo charter, hotelito a pie de playa y punto, que no les saquen de allí. Pero ya digo que la oferta es amplia y hay donde elegir. Y cuando has vivido el puritanismo de otros estados de la India confieso que recibes con los brazos abiertos el poder salir a tomar unas copas, ver música en directo y estar de marcha hasta las tantas, además Goa tiene los impuestos más bajos del país en materia de alcohol y las birras salen regaladas.


Así que al final y entre una cosa y otra me quede unos dos meses por la zona de Goa, la Sodoma y Gomorra del país para los puristas hindúes. Comencé por Arambol, al norte del estado, y acabe en Palolem, en el sur. Entre un sitio y otro utilicé mis piernas para desplazarme y acabé recorriendo gran parte de su costa caminando por la orilla del Mar de Arabia, parando donde y cuando me daba la gana, una delicia y otra etapa inolvidable de este "billete de ida". Pero eso será otra historia.

martes, 3 de agosto de 2010

LOS TIGRES DE MOMPRACEM


Supongo que a los de mi generación les habrá sonado de algo el título de este post. Si rebobinan sus recuerdos hasta la infancia seguro que les ha venido a la cabeza Sandokan, el Tigre de Malasia, aquella saga de extraordinarias aventuras escrita por Emilio Salgari que muchos descubrimos gracias a una serie que echaban por televisión. En la escueta programación de aquella época era de lo poco que valía la pena y Sandokan junto a los dibujos animados de Meteoro nos tenía a muchos totalmente enganchados.

También estaban los Chiripitifláuticos, pero éstos me daban bastante grima. Valentina era una repipi sabelotodo, Locomotoro un loco de atar, el Tío Aquiles daba pena y al Capitán Tan se le notaba que no había salido de casa en su vida, a pesar de sus batallitas y de vestir siempre en plan safari, con su salakot y todo. No se salvaban ni los Hermanos Malasombra. Algo después, con la llegada de la tele a color, entraron en nuestras casas Mazinger Z y Pippi Calzaslargas, que no estaban nada mal. Por cierto, en aquella España gris y franquista resultaba de lo más extraño ver a Afrodita A, la novia-robot de Mazinger, lanzar sus tetas en forma de misiles al grito de "pechos fuera"; o ver a Pippi Langstrump, que siendo una niña vivía sola en una casa que te cagas, con un caballo y un mono dentro, en medio de un monumental desorden. Todos queríamos ser como Pippi, o al menos tener una novia así.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, el caso es que Sandokan volvió a mi mente al llegar a Malasia, concretamente a Borneo. Sandokan era un príncipe borneano desposeído de su trono por los colonizadores británicos y dedicó el resto de su vida a la piratería junto a un grupo de fieles formado por indígenas dayakos recorriendo las islas del mar de Sulu, el de Célebes, el del Sur de China, el estrecho de Balabac y la península malaya, combatiendo a los ingleses con la intención de recuperar su trono.

Me habría gustado adentrarme en los escritos de Salgari descubriendo alguno de esos lugares que mencionaba, o incluso comprobar si siguen existiendo esos temibles piratas, pero la realidad es que Malasia ha cambiado mucho. Pasé por la isla de Labuan, donde se supone que vivía el portugues Yáñez, compañero inseparable de Sandokan, y donde también nació una mujer de exuberante belleza de la cual cayó perdidamente enamorado nuestro protagonista, la Perla de Labuan.

Pero Labuan hoy en día ha perdido ese romanticismo que reflejaba Salgari. No hay ningún testimonio que nos haga recordar a Sandokan. La isla es un estado federal dentro de Malasia con un estatus de zona off-shore, un paraíso sí, pero un paraíso fiscal donde establecen su sede cientos de bancos asiáticos, compañías de inversión y grandes corporaciones, con lo que la isla está llena de modernos edificios, hoteles de lujo y casinos. Su único nexo con el pasado es algún monumento que recuerda a los soldados australianos caídos durante la segunda guerra mundial mientras luchaban por liberar Borneo de los invasores japoneses. Y para mi desgracia tampoco me topé con niguna Perla de Labuan.


Y de la isla de Mompracem, aquel lugar que servía de refugio a Sandokan y sus tigres no hay ni rastro. Por más que pregunto a la gente local nadie sabe de su existencia, he buscado y rebuscado en mapas, en internet y en googlearth, pero nada, es como si se la hubiese tragado el océano. Parece ser que Mompracem sólo existió en la imaginación de Salgari, no son pocos los escritores que recrean lugares inexistentes y los describen tan bien que parecen reales, para esos son los dueños de sus libros y con su pluma pueden inventar mil mundos inimaginables.

Los piratas siguen existiendo, claro está, pero son piratas como los que vemos en las noticias relacionadas con Somalia, navegando en planeadoras con motores fuera borda de doscientos caballos y armados con kalashnikov. La verdad es que después de conocer a los dayakos me cuesta imaginarlos en papel de sangrientos corsarios, al principio pensaba encontrar gente con todo el cuerpo tatuado, llevando taparrabos y cazando con cerbatana, pero los dayakos del siglo XXI visten al estilo rapero y se pasan el día enredando con su teléfonos móviles y comunicándose por Facebook. Además son una gente encantadora, respetuosa, tranquila, educada y se desviven por que te encuentres a gusto y no te falte de nada.

Hasta hace pocos años años la zona de mayor actividad pirata se encontraba en el estrecho de Malasia, entre la península y Sumatra, por donde pasan todos los barcos mercantes y de recreo que van y vienen del subcontinete indio. Pero ante el mayor control y la cooperación entre Malasia, Singapur e Indonesia para erradicar el problema se han ido desplazando al este de Borneo. Allí existe un enorme entramado de islas e islotes donde las fronteras son difusas y la jungla llega hasta el borde del mar, ofreciendo un perfecto refugio natural para los piratas.

Estando en Sandakan, un lugar que al menos me recordó a Sandokan, quise acercarme por unos días al archipiélago de las islas Sulu, al suroeste de Mindanao y pertenecientes a Filipinas, pero me quitaron la idea de la cabeza. Al parecer no sólo están llenas de piratas, también hay una guerrilla musulmana que combate al gobierno filipino por la independencia de Mindanao, y lo que es peor, una adormecida base de operaciones de Al Qaeda cuyo principal pasatiempo debe ser secuestrar viajeros occidentales despistados. La verdad es que los piratas y la guerrilla me daban igual, podía mantenerme al margen de eso, pero cuando oí lo de Al Qaeda pensé: "ostras, viajero...occidental...despistado...¡ese soy yo!", y por una vez hice caso al sentido común.