miércoles, 21 de abril de 2010

¿TORTILLA DE PATATOS?


En su afán por agradar los maltrechos estómagos de algunos viajeros occidentales, muchos restaurantes indios intentan atraernos añadiendo a su extenso menú toda la gama posible de cocina internacional, y además abarcando en un mismo local todos los frentes a la vez, cocina italiana, china, española, mejicana, israelita..., uhmmmm, un poco mosqueante, ¿no?. Efectivamente, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Pongamos como ejemplo la cocina italiana. Los términos bolognesa o carbonara no se rigen por sus ingredientes, sino por el color, cualquier salsa roja será bolognesa y cualquier salsa blanca será carbonara. Así pues, ésta última nunca llevará nata o bacon, sino una besamel grumosa que puede servir para levantar tabiques o una especie de queso derretido que venden en latas y una vez frío no hay dios que lo despegue del plato, o del tenedor, o de donde se haya quedado. Hay una leyenda que habla de un turista que lleva años enredado en una masa de queso en un restaurante. No le han podido sacar ni con espátula.

Y lo de la "spanish omelette" también suele tener su miga. No la he probado aunque la verdad no tiene mala pinta, por lo menos lleva huevos y "patatos". Primero rehogan unas papas con algo de pimiento y cebolla, y seguidamente envuelven todo con una tortilla francesa a modo de crepe, al menos resulta original. El cartel de la foto lo encontré en el bazar de Hampi, pero no me atreví a entrar.

En cuanto a la gastronomía india, más que hablar de si es buena o mala, o más picante o menos picante, yo diría que es difícil, y su dificultad está sobre todo en su extensa variedad, aparte de ser tan diferente a nuestra dieta habitual. Yo ya le he ido cogiendo el truquillo y cada vez me va gustando más, pero es que ya llevo más de cuatro meses en el país. Recuerdo los primeros días, cuando no me enteraba de nada y sólo entrar en un restaurante ya era un esfuerzo.

Aunque los extensos menús de muchos sitios estén traducidos al inglés, los condimentos siguen escritos en hindi y hasta que no sabes lo que quiere decir mirchi, dhal, ghee, jeera, masala, paneer, alu, pulau, raita, puri, pakora, y un montón de cosas más no te queda otro remedio que pedir al azar, con el riesgo que eso conlleva. Y mirar a tu alrededor no te vale de mucho, porque aparte de cantidades industriales de arroz en sus diferentes versiones sólo se ven platos con salsas de todos los colores y con algo flotando dentro.

Al principio fue difícil, perdí unos kilos, pero una vez que el estómago se acostumbró y fui conociendo y descubriendo poco a poco algunos platos de sabores exquisitos y diferentes variedades desapareció ese temor inicial a aquella comida tan extraña para mí. También he descubierto su buenísima repostería y sus jugosos helados. Y cuando llegué al trópico y a la costa fue como llegar al cielo, pescado y marisco a diario y toneladas de fruta fresca. Incluso en Goa, al ser cristianos, tienen una carne de ternera excelente.

jueves, 15 de abril de 2010

UDAIPUR


Cuando bajé del tren al llegar a Udaipur tenía encima una sensación extraña, no era cansancio, sólo habían sido cinco horas de viaje desde Ajmer, y además en el Shatabdi Express, que tiene una clase, la Chair Car, con asientos reclinables y aire acondicionado. Pero fueron cinco horas algo incómodas. En Ajmer se sentaron detrás de mí un hombre y una mujer. A juzgar por todo el oro que llevaban encima (en India el oro es símbolo de status social y poder adquisitivo) debían ser brahmines, de la casta superior. Además cualquier otro indio no se podría permitir viajar en Chair Car.

Nada más sentarse la mujer eructó sonoramente. Al principio me sorprendí, pero bueno, en la India así como en los países árabes no es de mala educación eructar, sobre todo al final de una buena comida. El problema es que pasado un minuto volvió a eructar otra vez, y otra, y otra más, y así hasta llegar a Udaipur. Sin duda esa mujer tenía un grave problema de gases, sus eructos tenían algo de quejido lastimoso. Los indios comen tanto picante a lo largo de su vida que cuando llegan a una cierta edad muchos tienen el estómago reventado.


Era imposible abstraerse de aquella serenata, estabas pensando "en cualquier momento viene un...", y de repente "buuurrppp". En fin, calculando que la buena señora eructaba cada minuto, sesenta veces a la hora, cuando llegamos a nuestro destino me habría echado en todo el cogote unos trescientos eructos.

Fuera de la estación había un canadiense algo desorientado y como iba al mismo hotel que yo decidimos compartir un rickshaw. De camino me sugirió que si me parecía bien también podríamos compartir habitación, así ahorraríamos unas rupias. Me negué educadamente, le conté que en mi viaje me podía permitir alguna licencia y entre ellas estaba la de disponer de una habitación para mí sólo con baño privado, siempre que fuera posible, claro. Además, cuando me planteó la cuestión le hice un rápido examen visual y deduje que debido a su corpulencia era más que posible que roncara como un búfalo, así que nada, me tragué cinco horas de eructos pero no estaba dispuesto a pasar la noche sufriendo los ronquidos de un canadiense francófono.


El hotel que me habían recomendado merecía realmente la pena. Un viejo haveli, muy barato, limpio, sencillo y sin otro lujo que su preciosa arquitectura arabesca, con sus patios, azoteas, galerías y pasillos llenos de columnas y ventanas. El Lalghat Guesthouse está situado junto al lago Pichola, el pulmón de Udaipur, y justo encima de un ghat, las escalinatas donde los indios lavan sus ropas, sus cuerpos y hacen sus ceremonias de purificación, con lo que podías pasar horas en una de sus azoteas respirando el ambiente y contemplando la típica postal de Udaipur: el lago, los diversos palacios y las suaves colinas que rodean la ciudad.

A pesar de ser otra ciudad grande me llevé muy buena impresión de Udaipur. Me pareció mucho más habitable que otras y era evidente que el aire parece más respirable y no hay tanta contaminación. La parte vieja se sitúa al este del lago, un conglomerado de casas blancas, callejones y más cuestas que Portugalete, y es donde se concentran los lugares de mayor interés. El más llamativo es el fuerte de Meherangarth, con su extravagante palacio que tiene las paredes de muchas de sus estancias revestidas de piedras preciosas. Allí vivía el maharajah Singh, otro más que mantuvo a raya a los mogholes y es adorado por su valor por todos los habitantes de la región.


Cerca del palacio hay un templo dedicado a Vishnu muy interesante, con un ir y venir de fieles a lo largo de todo el día. Y en el centro del lago también hay un par de palacios, aunque el más bonito lo han reconvertido en un hotel de mil estrellas. Al oeste del lago Pichola hay otro barrio al que se accede mediante un par de puentes, esta zona también es un remanso de paz, sigue estando en el centro de la ciudad pero el ritmo de vida es el de cualquier pueblito adormecido, los vejetes sentados fuera de sus casas, los niños jugando en la calle sin ningún peligro, las mujeres lavando y un mayor tráfico de animales que de vehículos.

Y con Udaipur me despedí del Rajasthan. De allí tomé un avión a la gigantesca Mumbai, la antigua Bombay, la ciudad que mueve los hilos de todo el subcontinente indio. Pero esa es otra historia de la que hablaré en el siguiente capítulo. Hoy dejo Gokarna después de tres semanas de absoluta tranquilidad, me ha costado ponerme en marcha pero sigo mi camino y mañana llegaré al estado de Kerala donde pasaré las últimas semanas de mi estancia en este fascinante país.

martes, 6 de abril de 2010

NO CHANGE?


Una de las muchas particularidades de los indios es la manera que tienen de devolverte el cambio a la hora de pagar cualquier cosa. Por poner un ejemplo, tomar una coca cola en un garito de cualquier pueblo indio puede costar unas quince rupias (0,25€), pero como no tengas suelto y le des al camarero un simple billete de cien rupias se le cambiará la cara y dirá: -"Oh, no change?"-. Y entonces comienza la búsqueda desesperada de billetes de diez rupias, ya puedes sentarte otra vez y armarte de paciencia.

Seguro que tienen cambio, pero la cuestión es dónde lo tienen. Las máquinas registradoras son practicamente inexistentes en la India y suelen guardar el dinero en un cajón que suele estar en una especie de mostrador en el que normalmente hay un caos monumental. En la mayoría de los sitios el camarero actuará de la siguiente forma:

Primero se pegará un buen rato buscando la llave del famoso cajón, luego lo abrirá y saldrá a relucir el típico cajón en el que vas echando durante años mil mierdas que no sirven para nada. Allí empezará a revolver e irá apareciendo poco a poco algún billete pequeño. Después abrirá una cajita que suele estar siempre dentro del cajón y de allí saldrán otro par de billetes.

Después de cerrar caja y cajón con llave guardará ésta en algún sitio que le costará recordar. Seguidamente se mirará en los bolsillos, en todos ellos, con suerte también tendrá algun billete arrugado. Y finalmente pegará un par de gritos y los demás camareros que se estaban haciendo los suecos esperando lo inevitable tendrán que rebuscar también en sus bolsillos hasta completar el total.

Diez minutos después te devolverán tu cambio, -"Your change, baba, thank you very much"-. Estas son las típicas cosillas que al principio de una estancia en India te pueden llegar a exasperar, pero cuando llevas una buena temporada y vas conociéndoles un poco hasta acabas disfrutando de momentos así. He de confesar que cuando les doy un billete "grande" me encanta volver a ver la misma película repetida una y ota vez.

lunes, 5 de abril de 2010

JODHPUR, "THE BLUE CITY"


Una de las pricipales urbes del Rajastan y otra más a la que se asocia con un color, a Jodhpur se le llama la ciudad azul por el color añil con el que pintan las casas del laberíntico casco viejo. Recuerda un poco a Chaouen y otros pueblitos del Rif marroquí. Jodhpur también sufrió durante siglos sus épocas de guerras y asedios, fundamentalmente entre los rajas del reinado Marwar y los musulmanes mogholes que dominaban parte de la India. Después siguió habiendo rencillas y se puede decir que no hubo una paz estable hasta la independencia del país.

Lo más característico de Jodhpur y visible desde cualquier punto de la ciudad es el imponente fuerte de Meherangarh, aunque a diferencia del de Jaisalmer no está habitado y caminando por su interior sólo te cruzas con otros turistas. Además lo cierran a las cinco de la tarde cuando más bonita es la luz y las vistas desde lo alto de las murallas.


Por lo demás Jodhpur es un sitio al que casi todo el mundo viene de paso, yendo y viniendo de otros lugares del Rajastan, y aparte del fuerte y los bazares del casco antiguo no deja de ser otra ciudad grande y caótica, poblada por un millón y pico de almas y con todos los males que tienen todas las grandes urbes indias.

Lo peor como siempre es la contaminación, el tráfico, la suciedad, etc., el barullo de gente ya no me agobia en absoluto y me encanta perderme entre personas, vacas, templos, mezquitas y demás. Y los zocos de Jodhpur se prestan a eso, se ven oficios casi extinguidos en nuestra sociedad, los herreros, los carboneros, los afiladores, los limpia orejas... Y Jodhpur es famosa por sus especias, sus dulces y sus preciosas marionetas que imitan a las gitanas rajastanís.


La ciudad se encuentra también enclavada en el desierto del Thar y en sus alrededores se pueden visitar pequeñas aldeas levantadas bajo alguna garganta que de sombra unas horas al día o al lado de un oasis donde sorprende la fertilidad de sus campos en un entorno tan seco y hostil. Yo no me entretuve mucho, ya había tenido en Jaisalmer mi buena dosis de desierto y estaba como otros muchos de paso por Jodhpur, sólo me quedé un par de noches antes de volver a Pushkar.

Yo creo que a Jodhpur le daría una nota media, ni tan mágica como Jaisalmer ni tan agobiante como Jaipur, aunque todavía me quedaba conocer Udaipur, la ciudad del lago, de los palacios, la más romántica del Rajastan. Ya hablaré dentro de unos días de Udaipur.


La anécdota más relevante que tuve en Jodhpur fué de tipo gastronómico. En un puesto callejero pedí algo pensando que era una samosa, una especie de empanadilla que suele estar rellena de verduras, pero me equivoqué, me dieron un "mirchi bada", que consiste en un chilli entero rebozado con harina y patata. Me dí cuenta cuando me llevé medio chilli de un mordisco.

Al instante se abrieron todos los poros de mi cuerpo y empecé a sudar como un loco, en mi esófago parecía que se estaba haciendo un agujero, me quemaba todo, la boca, los labios, de los ojos me salían lágrimas de una manera incontrolable, no podía ni respirar, ese hilillo de aire que sale y entra por nuestras fosas nasales era puro fuego.

La situación era grotesca. Yo sentado en una caja de coca-cola y el pobre hombre abanicándome con un trozo de cartón, y treinta personas alrededor quitándome el aire, claro, sin saber que narices le pasaba al occidental. Yo sólo podía decir "chapati, chapati", pidiendo un poco del típico pan indio, y finalmente una mujer me trajo un delicioso y fresco lassi, una especie de batido hecho con yogur y frutas que siempre entra de fábula. Poco a poco fuí recuperando mi propio ser pero las palabras "mirchi bada" siempre estarán en mi escueto vocabulario de hindi.