martes, 21 de septiembre de 2010

CONTRABANDISTAS DE PAÑALES


Dejé Malasia nada más empezar el ramadan, no es que fuera esa la causa, pero el cuerpo ya me estaba pidiendo pasar a Tailandia. Pasé mis últimos día malayos en Kota Bharu, una ciudad cerca de la frontera cuyo único interés radica en que hay un consulado tailandés donde te expiden un visado de turista para sesenta días de un día para otro y sin coste alguno.

Por lo demás, en Kota Bharu se respira ese mismo aire en el ambiente que hay en cualquier lugar fronterizo, un espacio gris, algo deprimente, sucio, lleno de horrendos edificios y gente ocupada comprando y vendiendo. Además, en esta parte de Malasia apenas hay comunidad china y el islamismo es más pronunciado y cerrado. Sólo hay un lugar donde poder tomar una cerveza, el único restaurante chino de la ciudad, siempre ocupado por los borrachines del lugar y por occidentales de paso, casi todos yendo o viniendo de las islas Perhentian.

Curiosamente, en ese restaurante se estableció un nuevo record guiness de este viaje: el del mayor trasiego de ratas visto hasta el momento. Eran un no parar, entrando y saliendo de la cocina como Pedro por su casa a los ojos de todos los comensales. Y a la gente no parecía importarle mucho. Los dos días que pasé por allí no probé bocado, me limité a tomar unas birras viendo que al menos estaban a salvo dentro del frigorífico.

El once de Agosto comenzó el ramadan y me cogió por sorpresa. Lógicamente me desperté después del alba y al salir a la calle me encontré con todo cerrado, como si hubiera toque de queda, ningún garito donde poder echar nada al estómago hasta que se pusiera el sol, horas de angustia e impotencia, basta que no puedas comer para que te entre un hambre irrefrenable. Al caer la noche me invitaron las recepcionistas del hotel a los típicos pastelitos y dátiles para la ocasión y salí a las calles dispuesto a comer hasta hartarme. Pero claro, no era el único, la ciudad entera se agolpaba frente a los chiringuitos callejeros, había que darse codazos para conseguir un satay de pollo.


Al día siguiente, ya con mi visado tailandés, me dispuse a cruzar la frontera. Me acompañaba Andrea, una catalana que había conocido en la infame Kota Bharu, compartimos viaje unos días, finalmente ella tiró hacia Koh Phi Phi y yo me decanté por Koh Lipe. Un bus nos dejó en el puesto fronterizo de Rantau Panjang en apenas media hora y de allí cruzamos a pata a Sungai Kolok, en Tailandia.

Me encanta la sensación de cambiar de país caminando, cruzar las fronteras a pie e ir saboreando poco a poco ese cambio, el paisaje sigue igual pero el paisanaje es diferente y los primeros momentos tu cerebro se los pasa ajustándose al cambio y percibiendo constantemente esa nueva cultura, esos gestos diferentes, moneda diferente, los saludos, la vestimenta, todos esos pequeños matices que nos dan una primera idea general del país al que entramos.

Además, los trámites fronterizos siempre son menos engorrosos que cuando llegas a un aeropuerto internacional. En el lado malayo había una mujer somnolienta en una caseta que nos selló el pasaporte casi sin mirarlo, y en el lado tailandés hasta nos invitaron a un té mientras rellenábamos el papeleo, bonita forma de entrar a un país, al país de las sonrisas en este caso.

Apenas había follón en esa frontera, ningún occidental y un ordenado trasiego de malayos y tailandeses. Los malayos, aprovechando su mayor nivel económico, pasan a Tailandia a divertirse y olvidarse unos días del escaso ambiente de su país, son muchos los interesados en el mercado de la carne, el sexo en Tailandia no es ningún tabú.

Y los tailandeses cruzan a Malasia a llenar el depósito de combustible de sus vehículos o a comprar bienes de consumo que sean mucho más baratos que en su país. Vimos a una docena de chavales que en un trabajo de equipo perfectamente organizado y con la colaboración de terceros pasaron un cargamento de pañales que no cabría en un camión. Los trajeron a la frontera en una flota de tuk tuks, después formarían una cadena para ir acercándolos al puente y desde allí los tiraban por encima de una valla mientras los aduaneros (previamente sobornados) se hacían los suecos. Al otro lado de la frontera otra flota de tuk tuks volvía a llevar el cargamento hasta la estación de tren.


Nos acercamos a la estación y en veinte minutos salía un tren hacia el norte, perfecto, cogimos billetes hasta Hat Yai donde pasaríamos un par de días. Era un tren bastante cutre, de los que paran en todas y cada una de las estaciones y apeaderos, unos bancos de madera corridos a lo largo de los vagones y nada más, pero el ambiente era buenísmo, musulmanes tailandeses de las provincias del sur sonriendo, saludando y excusándose por no poder ofrecernos nada para comer al ser ramadan.

Y en el mismo tren coincidimos con los contrabandistas de pañales, cuyo cargamento ocupaba casi un vagón entero. La red estaba perfectamente organizada, en cada una de las estaciones estaba esperando algún comerciante o ama de casa que les había hecho un pedido, tiraban directamente el paquete del tren al andén y cobraban allí mismo. A veces incluso tiraban la mercancía en campo abierto sin que el tren parara y siempre había alguien listo para recogerla,y en un par de ocasiones hasta nos pidieron que les echáramos una mano, allí estábamos nosotros moviendo paquetes de un lado para otro y participando involuntariamente de aquella operación de dudosa legalidad.

Cuando al cabo de unas cuatro horas el tren llegó a Yala, destino final de los chavales, ya tenían todo el pescado vendido. Por el número de paquetes y el número de pañales que había en cada uno calculo que venderían unos cuarenta mil pañales en ese rato, y según decían hacían ese viaje varias veces por semana. Deduje que los niños del sur de Tailandia eran especialmente cagones, si es que realmente eran pañales lo que habíamos estado manipulando.

El jefecillo de la cuadrilla, quien se pasó todo el trayecto con el movil pegado a la oreja dando órdenes y hablando con sus múltiples contactos, nos contó utilizando un léxico de broker internacional que se trataba de una operación más que rentable, el stock era ligero y manejable, la diferencia de precio del item en cuestión les permitía quedarse con un buen remanente de cash y sólo tenían que pagar una pequeña comisión, un feed back a los conductores de los tuk tuks, a un par de aduaneros y al inspector del tren para que les permitiera embarcar todo aquello.

lunes, 6 de septiembre de 2010

LUXURY TOILET


Cuando alguien viaja durante una larga temporada una de las cosas que más echa de menos es su propio cuarto de baño, y más en concreto su retrete, un lugar de suma importancia dentro de nuestro hogar, un espacio casi místico, una capilla en la que durante unos minutos nos evadimos de nuestras preocupaciones cotidianas y podemos reflexionar, meditar y hasta ojear el periódico mientras hacemos lo que tenemos que hacer. Hasta podemos escuchar algo de música, normalmente los cuartos de baño tienen la mejor acústica de toda la casa y quizás esa sea la causa por la que mucha gente se anima a cantar en la ducha.

Pero en algunos países encontrar un baño decente puede convertirse en una verdadera quimera, y desde luego India se lleva la palma en cuanto a su suciedad, abandono y falta total de higiene. He visto algunos retretes cuya asquerosidad supera en mucho a aquel que aparece en la película Trainspotting, el baño más guarro de Escocia. Si el departamento de sanidad indio funcionara de una manera diligente no quedarían muchos hoteles abiertos en el país.

Recuerdo un caso llamativo en Khajuraho. Andaba buscando hotel para alojarme y en uno cuyo nombre no recuerdo me mostraron una habitación bastante pasable, pero cuando abrí la puerta del baño salí por patas. El dueño de aquel antro, viendo mi reacción, me dijo que no me preocupara, que lo limpiaba en cinco minutos, y yo cabreado le contesté que a ver cómo pensaba limpiar en cinco minutos lo que no había limpiado en veinte años.


Parece que le sentó mal mi comentario y me dejó caer que no tenía mucho sentido limpiar una cosa que únicamente servía para seguir echando mierda. Yo continué diciéndole que esa mierda se convertía enseguida en millones y millones de bacterias invisibles altamente nocivas para nuestra salud que pululaban libremente por el aire y acababan introduciéndose en nuestros cuerpos. Pero nada de lo que dije produjo efecto alguno en aquel tipo, se limitaba a mirarme boquiabierto como si estuviera escuchando a un loco o un extraterrestre.

Así que viendo el calibre de los retretes indios a menudo es mejor utilizar los llamados baños turcos, ese simple agujero en el suelo donde al menos no tenemos que sentarnos en ningún sitio y además de resultar más higiénico es también más idóneo. Cuando uno se pone de cuclillas su cuerpo adopta la forma más natural para hacer de cuerpo. Parece ser que el retrete es un inventó occidental que comenzaron a utilizar las clases altas hace muchos siglos y acabó instaurándose en el cien por cien de nuestros hogares, pero a la sociedad asiática le resulta algo incómodo y rara vez lo usan. A este tipo de baños en la India se les llama western style, como veis en la primera foto tomada en un tren indio donde se puede escoger entre ambos tipos.


El cartel de la segunda foto me hizo mucha gracia. Estaba paseando por Panjim, la capital de Goa, recorriendo parte de la ribera del río Mandovi, donde hay alguna terracita elegante y un par de restaurantes de cierto nivel, así que cuando vi el letrero a lo lejos, tan llamativo y con esa forma de arco de medio punto, pensé que sería la entrada de un balneario, o incluso del club náutico de la ciudad, hasta que me fui acercando y leí lo de luxury toilet. No se me ocurrió entrar, nunca sabré en qué consistía ese lujo, pero no creo que fueran retretes de mármol, con tapas de caoba e hilo musical incorporado. Además estaban financiados por el directorio de turismo del estado, curioso.

Una vez fuera de la India la cosa mejora mucho y por eso me extrañó ver el cartel de la tercera foto hace unos días en la isla tailandesa de Koh Phangan. Un garito que anuncia a bombo y platillo a través de un cartel en su fachada que tiene el baño limpio, clean toilet, quizás el local pertenezca a un indio. Tailandia es un país que se acerca mucho más a nuestros baremos de limpieza, y sobre todo de desinfección, aquí al menos utilizan a diario la lejía y el pato wc.


Y las dos últimas fotos, que sin duda son las que más os llamarán la atención, las tomé en Sri Lanka, donde parece que se estila más el retrete-zoológico. Lo de la ranita resulta hasta simpático, ya lo había visto en otras zonas tropicales, hasta en Australia que es un país civilizado. Debe ser que a la hora de escoger una charca los retretes les parecen algo más fresquitos y tranquilos.

Pero lo de la última foto es de juzgado de guardia. La tomé en un restaurante de Arugam Bay y cuando levanté la tapa y vi aquello casi me da un infarto. Le dije al camarero que tenía una rata de huesped allí dentro, rápidamente fue a comprobarlo y volvió quitando hierro al asunto diciéndome que no se trataba de una rata, era más bien un ratoncillo. Bueno, rata o ratón el caso es que saqué la foto para asegurarme que no había sido producto de mi imaginación y le sugerí al tipo que echara un ojo también a la cocina, más que nada por si hubiera más ratoncillos probando la cena que nos estaban preparando.