lunes, 26 de julio de 2010

BRUNEI DARUSSALAM


Brunei es un pequeño país situado al norte de Borneo entre las provincias malayas de Sarawak y Sabah, un lugar de paso obligatorio si te desplazas por carretera por el norte de la isla que merece una visita de unos días, ya que cuando menos resulta curioso. Todo su subsuelo es una bolsa de petroleo y gas natural que hace que este sultanato sea uno de los países más ricos del mundo.

En la misma frontera y a pesar de la facilidad de los trámites aduaneros enseguida te das cuenta de su carácter islámico, sobre todo cuando te preguntan si llevas encima alcohol o revistas pornográficas, algo estrictamente prohibido en el país y castigado con penas de unos cuantos azotes con una vara de bambú. De todas formas hay libertad religiosa y más o menos un treinta por ciento de la creencias son budistas, cristianas o cultos indígenas.

Al igual que me ocurrió con Sri Lanka entré en el país sin saber que se celebraba su mayor fiesta, lo que animó mucho mi visita. Pero esta vez no se trataba de ninguna celebración religiosa o la conmemoración de su independencia ni nada por el estilo. El mayor fiestorro de Brunei, su aste nagusia, es el cumpleaños del sultán, ¡manda huevos!. Su capital, Bandar Seri Begawan, estaba totalmente engalanada de carteles gigantes con la imagen del sultán, guirnaldas, banderas, lucecitas, de noche parecía una especie de Las Vegas al estilo oriental. Y por toda la ciudad había desfiles, representaciones y conciertos. Y el sultán dándose su baño de masas anual, naturalmente.

Me hacían mucha gracia los carteles que felicitaban al sultán. Todos estaban patrocinados por empresas, supongo que el gobierno tomará nota de las que no pongan su cartelito, y eran una especie de mezcla entre los típicos de propaganda comunista y los que se le ocurrió poner al impresentable de Dimas Martín durante unas elecciones en Lanzarote. El sultán con los pescadores, el sultán con los agricultores, con los niños, en una cadena de producción, etc, etc.


Y es que el sultán Haji Hassanal Bolkiah gobierna Brunei con mano de hiero desde los años sesenta y su dinastía está implantada en el país desde el siglo XVI. En el año 2004 se celebraron unas elecciones de risa, donde la mujer tenía prohibido el derecho al sufragio y sólo se podía elegir al treinta por ciento del parlamento, el otro setenta por ciento está elegido a dedo por el propio sultán. Así pues, el sultán es el cabeza de la religión islámica y ostenta los cargos de primer ministro, ministro de defensa y economía. El ministro de exteriores es un hijo suyo, el de trabajo otro y así todo.

Sin embargo da la impresión de que todo el mundo le adora, supongo que habrá voces discordantes pero será muy difícil hacerlas en público. Y me imagino que esa especie de devoción será debida en parte al alto nivel de vida que tienen los bruneanos, aunque dicen que el petroleo se acabará en unas décadas, ya veremos qué ocurre entonces. En su defensa dicen que en vez de haber convertido el país en una dictadura bananera el gobierno revierte su riqueza a todos los estratos de población.

Los datos económicos son abrumadores, el paro es una palabra que no existe en su diccionario. La educación y la sanidad son gratuitas y de una calidad tan alta que no existen centros de enseñanza u hospitales privados, no tendría sentido. Tampoco se pagan impuestos y un dato curioso es que a la hora de comprar una casa nadie recurre a los bancos, el propio gobierno presta el dinero a un interés casi nulo y sin comisiones de apertura, estudio, formalización, ni gastos notariales. Y el precio de la gasolina está a 0,30€.


Por lo demás parece un país artificial. El interior es pura jungla y casi toda la población vive en la costa, en la capital o en lujosas urbanizaciones de chalecitos adosados. Hay cantidad de parques y zonas verdes y las calles están inmaculadas, tirar un papelito supone la correspondiente tanda de azotes, así que se puede comer en el suelo. Por el día parece un país dormido pero al caer la noche aparecen de la nada cantidad de mercados callejeros donde la comida es baratísima. Eso sí, debido a la prohibición del alcohol la marcha es escasa y no existe nada parecido a un bar, un pub, y mucho menos una discoteca.

Otra de las curiosidades de Brunei es la excelente carne de ternera que hay en cualquier garito, no había catado un solomillo así desde que deje Nepal. El caso es que no había visto una sóla vaca en todo el país, ¿de dónde salían esos jugosos enteecots y esas chuletas?. Pues resulta que el gobierno tiene en Australia unas explotaciones ganaderas mayores que su propio país y cuando llega su hora importan el ganado vivo para sacrificarlo según la norma que dicta el corán. El cordero también está para chuparse los dedos, y el pescado y el marisco fresco y abundante.

Y entre la limpieza impoluta de Bandar Seri Begawan el barrio que más me gustó fue el Kampung Ayer, un laberinto de casas flotantes sobre el río unidas unas a otras por un sistema de rudimentarios pantalanes. Desde lejos parece una zona de chabolas, algo que choca entre tanta riqueza, pero a medida que te vas acercando ves que esas humildes casas de madera tienen dentro todas la comodidades. En una de ellas me invitaron a pasar y tomar un té y me explicaron que casi todas están habitadas por indígenas kedayat, belait, iban, kelabit, y otros de las zonas del interior. Gente que había acudido a la capital a trabajar pero que no podían acostumbrarse a vivir en edificios de hormigón. Viviendo encima del río se sentían más cerca de su ancestral forma de vida.

miércoles, 21 de julio de 2010

"KOLAMS" EN EL SUR DE INDIA


Quien haya visitado el sur de la India se habrá sorprendido de la cantidad de dibujos en el suelo que suele haber a la entrada de las casas y algunos comercios. Se trata de los llamados kolams y se ven principalmente en los estados de Karnataka y Tamil Nadu, así como en Kerala. También se pueden encontrar en las zonas tamiles de Sri Lanka.

Normalmente son las mujeres de la casa quienes los dibujan y la técnica pasa de generación en generación. Un kolam se hace básicamente con arroz en polvo, aunque los más complejos llevan polvo de ladrillo pulverizado o de piedra caliza. Ultimamante se usa también tiza de diferentes colores y se pueden ver desde simples líneas trazadas de color blanco hasta enormes y complejos dibujos geométricos de colores adornados con pétalos de flores machacados en un mortero.

Para confeccionar un buen kolam es necesario en primer lugar limpiar la tierra y humedecerla con agua antes de que salga el sol para que quede bien asentada. Después se dibujan unos puntos y alrededor de éstos se van trazando líneas que van pasando de un punto a otro hasta conseguir un precioso dibujo. Es muy importante guardar la simetría y los más bellos son los que consiguen el dibujo más enrevesado de un sólo trazo.


Al final del día apenas quedará rastro del kolam, el viento o la lluvia lo habrá ido borrando, la gente pasará por encima o los pájaros, gallinas y hormigas irán dando cuenta de los trocitos de arroz. No hay ningún problema, antes del siguiente amanecer se hará otro y así sucesivamente. Eso sí, el nuevo kolam nunca será similar al del día anterior y cada familia guardará celosamente sus numerosos diseños en cuadernos bien escondidos y protegidos de la mirada de cualquier intruso.

Y como no podía ser menos en un país como la India la creación de un kolam tiene un significado religioso. Normalmente se dedican a Lakhsmi, la diosa de la prosperidad, para que traiga salud y bienestar al hogar, y sirven para ahuyentar a los malos espíritus. Por otra parte dan una idea de como lleva la casa la mujer que los realiza, se supone que cuanto más elaborados sean más ordenado y limpio estará su hogar.

Aunque ésto es también algo relativo y a menudo tiene que ver con las castas, ya que en los hogares de los brahmines las mujeres no dan un palo al agua, para eso están los sirvientes, y tienen todo el tiempo del mundo y los mejores materiales para crear un bonito kolam, mientras que las mujeres pobres se conforman con realizar uno de la manera más básica posible, uno rápido y sencillo.

viernes, 16 de julio de 2010

LA IMPORTANCIA DE LLEVAR PAPEL Y BOLI EN LA MONTAÑA


Ahora me encuentro en un diminuto país de la isla de Borneo llamado Brunei Darussalam (Brunei para los amigos), uno de esos sultanatos islámicos terriblemente ricos que antes de comenzar este viaje hubiera sido incapaz de situar en el mapa. Pero de momento os voy a seguir deleitando, o aburriendo, con otra pequeña crónica de mi paso por el Himalaya.

Salí una mañana de Manang acompañado de Cristina & Cristina con el firme propósito de afrontar las etapas más peliagudas de nuestra vuelta a los Annapurnas. Después de cuatro horas de subida con alguna parada para tomar un té y recuperarnos un poco del esfuerzo de caminar a esa altura llegamos a Yak Karka, una pequeña aldea a cuatro mil metros de altitud.

Allí hicimos otra parada para hacer un balance de la situación. Habíamos superado un desnivel de unos quinientos metros con respecto a Manang, pero viendo que nos encontrábamos bien y el sol calentaba al ser todavía mediodía decidimos seguir la marcha hasta Letdar, a unos cuatro mil doscientos metros sobre el nivel del mar.

De Yak Karka para arriba empezamos a ver las primeras placas de hielo y unas rampas bastante empinadas, así que nuestro pequeño pelotón se estiró. Delante iba una de las Cristinas, a un ritmo endiablado, subiendo como una cabra montesa. Yo me encontraba en el medio y la otra Cristina estaba más abajo, algo rezagada.

Al llegar a un pequeño llano me paré a descansar en un chorten. Los chorten son unas estructuras hechas con un montón de piedras grandes y planas apiladas que sirven para ofrecer descanso a lugareños, montañeros y porteadores. Para los budistas de la zona construir un chorten al menos una vez en la vida mejora mucho su kharma, de cara a su próxima reencarnación, así que te encuentras cantidad de ellos repartidos a lo largo de todo el recorrido.


Y allí estaba yo, viendo a una de las chicas que seguía tirando para arriba a toda leche, y algo preocupado porque miraba hacia abajo y no había ni rastro de la otra, algo iba mal. Veía un punto subiendo hacia donde yo me encontraba, pero por la forma de moverse era un hombre. Cuando llegó a mi altura comprobé que se trataba de un americano que se acercó hasta mí y me dijo: "Eres Oscar, supongo".

Aquello me recordó a lo de "Dr.Livingstone, supongo", me extrañó mucho que supiera mi nombre y por mi cabeza pasaron varias cosas:
1.- "Claro, todo el mundo en esta ruta ha oído hablar de mis habilidades alpinistas y el tío me ha reconocido". Esto, por supuesto, no tenía ningún sentido.
2.- "Joder, ¿hasta aquí llegan los de hacienda?". Esto también estaba fuera de lugar porque estoy en paz con el fisco, o al menos eso creo.
3.- "A ver si va a ser alguien de recursos humanos de mi empresa que viene a buscarme para volver al trabajo". Pero no, ese sujeto no tenía ninguna pinta de trabajar en una empresa como la mía.

Deseché esos estúpidos pensamientos producto quizás de la empanada mental que se sufre a esa altura cuando el buen hombre se quitó los guantes paciéntemente, sacó un papelito de un bolsillo y me lo entregó. Efectivamente, se trataba del papelito que aparece en la primera foto de este post: "Cristina, Oscar, no puedo seguir". ¡Ostras!, mis temores se habían confirmado, algo iba mal.

Me desgañité pegando gritos a la primera Cristina aún a riesgo de despertar al mismísimo Yeti, pero temía que al estar tan ariba no me oyera. Por suerte me oyó y por mis gestos intuyó que algo pasaba. Regresó rápidamente, la seguí como pude y más abajo nos encontramos a Cristina sentada a un lado del camino. Sentía una especie de presión en el pecho que le impedía respirar con normalidad y con muy buen criterio decidió parar inmediátamente en vez de seguir ganado altura.


Y además tuvo la buenísima idea de escribir una nota y entregársela al primero que pasara confiando en que tarde o temprano nos daría alcance mientras esperábamos en algún lugar. Afortunadamanete la cosa no fue a mayores, retrocedimos hasta Yak Karka y pasamos la noche allí, eso sí, en uno de los alojamientos más cutres de toda la travesía cuyos propietarios estaban totalmente zumbados. Pero pasamos una jornada estupenda descansando al calor del sol hasta que se ocultó y después seguimos en el comedor al calor de la estufa acompañados de varios porteadores que andaban por allí y de los escasos habitantes de ese villorrio.

Durante todo el trekking vi varias expediciones, algunas parecían militarizadas, formadas sobre todo por rusos o polacos, que se comunicaban con walkie-talkies o por medio de aparatosos y pesados teléfonos vía satélite, pero a nosotros nos sirvió una simple nota en un pequeño papel. En cualquier momento conviene tener a mano papel y lápiz, y ya véis que es de gran utilidad hasta en la montaña, así que ya sabéis, si alguna vez os da por hacer la vuelta a los Annapurnas incluidlo en vuestro equipaje.

A la mañana siguiente Cristina se levantó del catre totalmente recuperada y seguimos nuestra ascensión sin ningún problema. Bueno, tengo que confesar que en Thorung Pedi, el campo base antes de la definitiva ascensión al Thorung La, nuestro pecho sufrió de lo lindo, pero esta vez fue producto del atracón de risas que nos pegamos, debió ser la famosa borrachera mental de las alturas.

Nota: la primera foto de este post, la del famoso papelito, fue tomada por Cristina Martín y robada de su página de facebook de manera miserable por el autor de este blog. Por favor, Cris, no me denuncies por derechos de autor y esas cosas. Un besazo para las dos.

domingo, 11 de julio de 2010

"NO ECHES RAICES, NO TE ESTABLEZCAS"


Llevo ya diez meses de viaje y cada vez me gusta más este estilo de vida, algunos me preguntan si no estoy cansado de tanto deambular de aquí para allá, si tengo alguna fecha prevista de vuelta, si no echo de menos a mi gente o un hogar estable. Por supuesto que me acuerdo mucho de los míos y hay veces que te cansas de cambiar de cama cada dos por tres, pero sinceramente seguiría así mucho tiempo más, siento que ahora estoy viviendo plenamente y es una sensación maravillosa no saber qué va a pasar mañana, los sitios que me voy a encontrar o la gente que voy a conocer.

Si me paro a describiros mis sensaciones y reflexiones este capítulo no acabaría nunca, pero hace un momento me he acordado de un precioso libro de John Krakauer que leí hace un par de años, cuando curiosamente también me encontraba viajando por Asia. Se titula "Into the Wild", fue traducido al español como "Hacia rutas salvajes", y Sean Penn lo hizo famoso llevándolo a las pantallas de cine. Como suele ocurrir está bastante mejor el libro, profundiza mucho más en la historia del protagonista y en la de otros viajeros que iniciaron un tipo de viaje especial, quizás un viaje hacia sí mismos. Pero la película de Penn también quedó muy bien, supo condensar perfectamente lo más importante del libro y lo acompañó de una maravillosa fotografía y una envolvente banda sonora a cargo de Eddie Vedder, el cantante de Pearl Jam.

Es una historia real basada en la vida de Chris Mc Candless, un chico de venticuatro años, recién licenciado, miembro de una familia adinerada, que rompió con todo y se dedicó a viajar con lo puesto por los Estados Unidos hasta llegar a Alaska, donde vivió unos meses totalmente aislado hasta que murió. Para unos fue un idealista, para otros un estúpido, para mí fue ante todo un chaval que le echó un par de pelotas, vivió y dejó vivir, y además dejó una profunda huella entre las personas que le conocieron durante su nomadeo. A continuación os dejo alguno de los textos que escribió mientras viajaba, en este caso un extracto de una carta dirigida a un amigo suyo que, cuando menos, invita a una profunda reflexión.


"...Deberías cambiar radicalmente de estilo de vida y empezar a hacer cosas que antes ni siquiera imaginabas o que nunca te habías atrevido a hacer. Se audaz. Son demasiadas las personas que se sienten infelices y que no toman la iniciativa de cambiar su situación porque se les ha condicionado para que acepten una vida basada en la estabilidad, las convenciones y el conformismo. Tal vez parezca que todo eso nos proporciona serenidad, pero en realidad no hay nada más perjudicial para el espíritu aventurero del hombre que la idea de un futuro estable. El núcleo esencial del alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya mejor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que es nuevo y distinto cada día. No eches raíces, no te establezcas. Cambia a menudo de lugar, lleva una vida nómada, renueva cada día tus expectativas. No necesitas tener a alguien contigo para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente..."

miércoles, 7 de julio de 2010

CARRERAS DE CABALLOS EN EL HIMALAYA



Para refrescarme un poco del calor del trópico voy a retroceder unos meses en mi viaje, hasta Octubre pasado, cuando estaba de trekking por el Himalaya. Andaba entonces por la aldea de Manang, un enclave estratégico en la vuelta a los Annapurnas situado a 3500m sobre el nivel del mar.

Manang es el poblado más importante de esa zona de Nepal, una aldea pegada a la ladera de una montaña donde habitan unas quinientas almas, budistas tibetanos huídos de su país a causa de la indecente ocupación china o descendientes de éstos. Más arriba no hay prácticamente ningún núcleo de población, tan sólo un par de lugares que ofrecen alojamiento y comida a los montañeros o algún asentamiento que utilizan los pastores de yaks de la zona para resguardarse.

Manang es el lugar que eligen casi todos los viajeros para descansar un par de días de la paliza de las jornadas anteriores y de paso aclimatarse a la altura. Es un punto clave, es allí donde tienes que hacer un examen de tu cuerpo y de tu cabeza y decidir si continuas hacia arriba, hasta los 5400m del Thorung Lah, o te das la vuelta y tiras hacia abajo. Es una decisión importante que no hay que tomársela a la ligera.



Todo ésto hace que la calle principal del pueblo, la única que se asienta en una pequeña llanura, esté llena de guesthouses, rudimentarios restaurantes, panaderías, tiendas de abastos, de souvenirs tibetanos o de zapateros remendones que arreglan las sufridas botas de algunos montañeros. También hay una farmacia, internet a precio de oro, una especie de establo que hace las veces de cine, y lo más importante, un centro médico donde tratar los posibles casos de mal de altura. Mientras estaba yo por allí murió una chica inglesa a causa de un edema cerebral, la bajaron al centro demasiado tarde, pero entonces no dije nada para no asustar a la familia.

Además, es un lugar donde se pueden encontrar con facilidad porteadores o guías, e incluso mulas para llevarte el equipaje, y muchos de los que han subido hasta aquí por su cuenta acaban recurriendo a ellos. El problema está en que cuanto más arriba contrates los servicios de esta gente más caro te saldrá. Yo no necesité ninguna ayuda extra, entre otras cosas porque me encontraba bastante bien y además me quedé en ese idílico lugar cinco días en vez de los dos que pasan la mayoría de los montañeros. No tenía ninguna prisa y realicé una aclimatación perfecta, de Manang para arriba todo fue coser y cantar, gracias también a la compañía de Cristina & Cristina, dos encantadoras madrileñas a las que me uní formando un gran equipo.

Había quien me preguntaba para qué me iba a quedar tantos días allí, en medio de la nada. ¿En medio de la nada?, en medio de todo diría yo. Un precioso valle donde tenías encima cumbres de más de siete mil metros, el Annapurna II, el Gangapurna con su imponente glaciar, el Tilicho y otros más. En sus alrededores había caudalosos ríos, cuevas, monasterios budistas...Esos cinco días fueron una maravilla, días de amaneceres mágicos, charlas con otros trekkers y lugareños alrededor de una estufa de leña y un termo con té, excursiones a algún poblado cercano ganando altura para volver a bajar y mejorar la aclimatación, visitas a alguno de esos monasterios donde resuenan esa especie de gigantes trompetas tibetanas, bueno, y también el lama de turno que después de una interesante charla te pide doscientas rupias para mantener el templo, ya se sabe cómo son las religiones.



Y sobre todo me encantó vivir el día a día de sus habitantes, gente dura y noble, curtida por el clima de la zona y sus elementos, acostumbrados a vivir sin carreteras y caminar lo que haga falta para conseguir cualquier cosa, siempre subiendo y bajando. Impresionaba ver, por ejemplo, a unos pastores despellejando un yak y cortarlo en piezas en cuestión de minutos, o a una anciana viniendo de yo que sé dónde con una carga de cincuenta kilos a la espalda. Y al caer la tarde acababan dando vueltas alrededor de la stupa budista del centro del pueblo charlando y girando las ruedas de oración para expandir al viento sus plegarias.

Durante mi estancia en Manang también coincidí con la celebración del festival del caballo, así lo llamaban ellos, todo un acontecimiento social que atraía a jinetes de toda la comarca a lomos de sus caballos tibetanos, y en una pequeña aldea donde nunca pasa nada se toman estas cosas como un auténtico fiestón. Primero iban llegando los jinetes a la calle principal todos juntos, tocando tambores y cantando melodías tibetanas, luego se iban retando unos a otros y empezaban a galopar a toda leche por el pueblo.

Pero sin duda lo mejor era el público. Las carreras comenzaban hacia las cuatro de la tarde, cuando los habitantes de la zona terminaban sus quehaceres cotidianos y poco a poco iban llenando todos los espacios libres de la calle. Unos aprovechaban en alguna esquina los últimos rayos de sol antes de que éste se escondiera detrás del Gangapurna, otros se situaban encima de los tejados para tener mejores vistas, y sobre todo se lo pasaban pipa jaleando a los jinetes o partiéndose de risa cuando alguno se caía o su caballo se desbocaba y acababan cabalgando entre el gentío. Eso sí, nunca aplaudían, para un tibetano el aplauso no sirve para animar, sino para ahuyentar los malos espíritus.


jueves, 1 de julio de 2010

EL HOTEL "CHUNG-HIN"


Hace unos días, cuando llegué a Kuching, comenté que tenía la sensación de estar en una zona un poco cutre de la city. El caso es que llegué de noche y como el bus del aeropuerto me dejó cerca del barrio de Chinatown me metí en una de las callejuelas más animadas y entre todos los carteles con luces de neón se distinguían algunos donde aparecía la palabra "hotel".

Los tres primeros estaban llenos y como en el cuarto que pregunté quedaban habitaciones libres no me lo pensé, tenía ganas de dejar la mochila, darme una buena ducha, descansar un rato y salir a cenar. Pero me equivoqué, para empezar me soplaron quince euros (una barbaridad por estos lares) por una especie de nicho en el que cabía la cama y poco más. La ducha no funcionaba y cuando bajé a recepción a ver que pasaba me dieron un cubo y yo me quedé con cara de tonto pensando "y qué hago yo con ésto, ¿darle golpes a la tubería?". La recepcionista me dijo que efectivamente, había un "little problem" pero que si no me importaba cogiera con el cubo agua del lavabo y me lo echara por encima.

Bien, vale, no estaba para discusiones tontas y le hice caso, además tenía ganas de salir a dar una vuelta. Cuando volví por la noche me dí cuenta que había otro "little problem", el ventilador sólo funcionaba a máxima velocidad, así que tenía dos opciones: o dejarlo apagado y asfixiarme de calor o encenderlo y dormir agarrado a los bordes del colchón para no salir volando, ¡vaya nochecita!.

Por la mañana me desperté con un hambre de la leche y recordé que el desayuno venía incluído en el desorbitado precio. Bajé silbando al comedor esperando al menos un suculento buffet oriental y me encontré con unas cuantas de esas latas de noddles precocinados a los que hay que añadirles agua hirviendo para que se reblandezcan, ¡hombre, por favor, que no estamos de camping!. Ni siquiera había café y el té era agua de color marrón.

Automaticamente cogí la mochila y me largué a la busqueda de otro hotel, a ser posible en la esquina opuesta de la ciudad, y esta vez acerté. Me habián hablado de "Tune", una cadena de hoteles low cost que existe en Malasia y pertenece a la compañía aerea "Air Asia", un chollo que recomiendo, habitaciones impresionantes a precios de risa.

Pero cuando abandoné el hotel cutre me fijé en el cartel de la entrada para ver como se llamaba y ahí me dí cuenta del error que cometí. Se supone que un viajero hecho y derecho debe saber donde se mete y yo ni siquiera me había fijado en el nombre del hotel. El jodido antro se llamaba "Chung-Hin", y más que chunguín era chungo de cojones. Así que ya sabéis, si váis a Borneo mirad bien los carteles que aunque estén en una lengua extraña para nosotros hay veces que son bien explícitos y su nombre lo dice todo.