miércoles, 24 de febrero de 2010

PUKKA, UNA PERLA EN EL DESIERTO


Pukka es una niña de unos diez años que conocimos en Pushkar y podría representar perfectamente a los millones de chavales que se buscan la vida como pueden por las calles de toda la India. El año pasado Danny Boyle mostró a estos niños al mundo gracias a su buenísima película "Slumdog millionaire".

Pukka es la típica gitanilla rajastaní, descarada y vivaracha, llena de vida a pesar de su situación, habla un inglés más que correcto y puede resultar pesada a más no poder a la hora de intentar sacar unas rupias, algo de comida o algún capricho a los turistas que deambulan por el pueblo; pero siempre con gracia, educación y un encanto especial que termina por ablandarte el corazón.

Pukka también derrocha sensibilidad y se encariñó especialmente de Angela y Surya, dos viajeras encantadoras y también sensibles que no pararon de jugar con ella, darle cariño y tratarla y hablarla como lo que es, un ser humano.


Una tarde se apuntó con nosotros a hacer una excursión, ibamos a una colina a las afueras del pueblo, en su cima hay un templo dedicado a Savitri donde se guarda una imagen que data del siglo VII. Las vistas desde arriba son impagables, sobre todo a la puesta de sol, Pushkar al este y el desierto al oeste.

Pukka llegó hasta arriba a pesar de que los últimos escalones eran tan altos que los tenía que subir casi a gatas. También se pegó un susto de muerte cuando un mono saltó de una rama y le arrebató una bolsa con bolitas de anís que pensaba depositar de ofrenda en el templo. Por cierto, la India está repleta de monos y están hechos unos auténticos cabrones, pueden mearte desde un cable, quitarte algo de las manos o entrar en tu habitación y robarte algo. Y ni si te ocurra sonreírles, pueden pensar que les estás sacando los dientes y atacarte.

Pukka disfrutó más que nosotros del paseo, dejó aparcada por unas horas su faceta de mendigo y salió a relucir la niña que lleva dentro, con sus risas, sus saltos, sus carreras, sus canciones y además participaba de todas las conversaciones y mostraba curiosidad por todo lo que decíamos. Cuando llegamos al pueblo ya de noche se le notaba cansada y las chicas le invitaron a un sandwich de falafel, dijo thank you con su particular encanto y se despidió de nosotros correteando entre la gente con una amiguita.


Son tantos los niños que hay en esta situación que normalmente procuro ignorarlos aunque pueda parecer algo duro, es tanta la miseria que sabes que no puedes hacer nada, o te haces preguntas difíciles de contestar, ¿por qué a éste sí y al otro no?, y si no das ¿está mal?, y si das ¿no contribuyes a que sigan pidiendo?. Otras veces te preguntas qué hay detrás de todo eso, ¿mafias, explotadores?. Por ejemplo, en el caso de Pukka ésta decía que no tenía padres, pero ¿no serían ellos mismos quienes la mandaban a pedir a la calle?

De todas formas, no está mal que cosas como éstas nos remuevan un poco la conciencia, al fin y al cabo es la realidad para miles de millones de habitantes de este planeta. Y a veces te encuentras con alguien como Pukka y te encandila. Angela y Surya se marcharon de Pushkar y yo me quedé unos días más, así que cuando Pukka me veía por la calle venía volando a pedirme algo o intentar venderme una pulsera. Como ya se había establecido una relación especial anteriormente no pude resistirme y le compré comida un par de veces.

1 comentario:

V(B)iajero Insatisfecho dijo...

Una bonita y tierna entrada, Oscar. Sin duda, la trampa de la explotación estará siempre presente en estas situaciones, pero creo -por lo que cuentas- que supiste salir bien de ella.
Y sobre todo, supongo, con la conciencia tranquila. No siempre es así porque a veces uno piensa ¿estaré colaborando para que esta niña sea explotada aún más?.
Salut!!!.