martes, 22 de septiembre de 2009

KATHMANDU, PRIMERAS IMPRESIONES



Todavía es algo pronto para hablar de Kathmandu con conocimiento de causa ya que llegué ayer y no he dado más que un par de paseos por el centro, pero voy a relatar mis primeras impresiones desde la habitación del hotel, donde dispongo de wifi gratuíta.

La entrada en Nepal resultó bastante caótica, sobre todo después de la paliza del vuelo Londres-Delhi, el avión iba repleto y me tuve que conformar con el asiento que tenía asignado sin posibilidad de encontrar ninguna fila libre para poder tumbarme a modo de cama, con lo que pasé ocho horas volando de noche sin poder pegar ojo. Y la escala en Delhi casi acaba conmigo, estaba tan cansado que se me cerraban los ojos mientras esperaba la siguiente conexión y pedí a unas personas que también iban a coger mi vuelo que harían el favor de despertarme cuando llamaran al embarque.



Nada más llegar a Kathmandu lo único que quería era llegar al hotel que había reservado, pegarme una buena ducha y dormir unas horas, pero de eso nada, todavía tendría que pasar unos trámites algo engorrosos. Primero una enorme cola donde había que rellenar un cuestionario sobre la Gripe A y acabar delante de un tío que te ponía un detector en la frente para comprobar si tenías fibre, si todo está bien pasas adelante pero como tengas unas décimas te llevan a una sala de cuarentena. En mi caso no ocurrió nada, prueba superada, pero ya ví a alguno que le retiraban de la fila con cara de acojonado.

Y después otra cola para el visado. Rellenar otro cuestionario en un mostrador, entregarlo en otro, dar la foto en otro, pagar en otro y por fin el último agente de inmigración que te estampa el visado en el pasaporte. Pasa tanto tiempo entre que bajas del avión y haces todos los trámites burocráticos que cuando llegas a la cinta de equipajes ya han quitado todas las maletas y tienes que buscar tu mochila en una esquina amontonada con las de otros cientos de viajeros.

Al salir al exterior te topas con un montón de taxistas y buscavidas varios, aparte de cantidad de gente con carteles con los nombres de sus clientes de hotel o agencias de trekking. Había tantos que pensé que era casi más fácil que me encontraran ellos a mí, así que cuando escuché a un tío gritando a pleno pulmón "Oscaaaarrrr,Oscaaaarrrr..." me acerqué a él y acerté, era un empleado de mi hotel. Una carrera de locos en un Toyota destartalado hasta el centro de Kathmandu y por fin llegué a mi habitación, qué placer, ya podía relajarme y empezar a disfrutar de Nepal.



El centro de Kathmandu gira en torno al barrio de Thamel y la Plaza Durbar, y es un caos de anárquicas callejuelas llenas de obsoletos tendidos eléctricos, templos medievales, motos, rickshaws, bicicletas, taxis, vacas, vendedores, shadus y monjes tibetanos entre otras cosas, aparte del sonido incesante de los claxons y la polución que reina en toda la ciudad debido a tanto combustible de mala calidad.

Moverte por estas calles es como un encierro de San Fermín donde en vez de esquivar toros tienes que evitar que te pase por encima cualquier vehículo, menos mal que cafeterías y restaurantes suelen tener preciosos jardines o azoteas que te alejan un poco de ese estrés. Puedes pasar de una callejuela con un olor algo nauseabundo a otra donde te embriaga el aroma de los inciensos mezclado con el de las caléndulas de las ofrendas budistas o la flor de frangipangi o hibiscus que adornan las cabezas de las mujeres, y todo bajo una cautivadora música tibetana que sale de alguna ventana o tienda de música. Las mujeres tienen una elegancia natural, con sus vestidos de seda y sus pashminas por encima de los hombros algunas son bellísimas, pobres pero con una dignidad que impresiona.

Y en cuanto al tema de la gastronomía, pues como en toda Asia: buena, variada y barata. Para que os hagáis una idea hoy he desayunado una ensalada de frutas, huevos fritos, tostadas con mantequilla de yak y mermelada y café con leche, todo ésto por unos noventa céntimos de euro.

No hay comentarios: