miércoles, 7 de julio de 2010

CARRERAS DE CABALLOS EN EL HIMALAYA



Para refrescarme un poco del calor del trópico voy a retroceder unos meses en mi viaje, hasta Octubre pasado, cuando estaba de trekking por el Himalaya. Andaba entonces por la aldea de Manang, un enclave estratégico en la vuelta a los Annapurnas situado a 3500m sobre el nivel del mar.

Manang es el poblado más importante de esa zona de Nepal, una aldea pegada a la ladera de una montaña donde habitan unas quinientas almas, budistas tibetanos huídos de su país a causa de la indecente ocupación china o descendientes de éstos. Más arriba no hay prácticamente ningún núcleo de población, tan sólo un par de lugares que ofrecen alojamiento y comida a los montañeros o algún asentamiento que utilizan los pastores de yaks de la zona para resguardarse.

Manang es el lugar que eligen casi todos los viajeros para descansar un par de días de la paliza de las jornadas anteriores y de paso aclimatarse a la altura. Es un punto clave, es allí donde tienes que hacer un examen de tu cuerpo y de tu cabeza y decidir si continuas hacia arriba, hasta los 5400m del Thorung Lah, o te das la vuelta y tiras hacia abajo. Es una decisión importante que no hay que tomársela a la ligera.



Todo ésto hace que la calle principal del pueblo, la única que se asienta en una pequeña llanura, esté llena de guesthouses, rudimentarios restaurantes, panaderías, tiendas de abastos, de souvenirs tibetanos o de zapateros remendones que arreglan las sufridas botas de algunos montañeros. También hay una farmacia, internet a precio de oro, una especie de establo que hace las veces de cine, y lo más importante, un centro médico donde tratar los posibles casos de mal de altura. Mientras estaba yo por allí murió una chica inglesa a causa de un edema cerebral, la bajaron al centro demasiado tarde, pero entonces no dije nada para no asustar a la familia.

Además, es un lugar donde se pueden encontrar con facilidad porteadores o guías, e incluso mulas para llevarte el equipaje, y muchos de los que han subido hasta aquí por su cuenta acaban recurriendo a ellos. El problema está en que cuanto más arriba contrates los servicios de esta gente más caro te saldrá. Yo no necesité ninguna ayuda extra, entre otras cosas porque me encontraba bastante bien y además me quedé en ese idílico lugar cinco días en vez de los dos que pasan la mayoría de los montañeros. No tenía ninguna prisa y realicé una aclimatación perfecta, de Manang para arriba todo fue coser y cantar, gracias también a la compañía de Cristina & Cristina, dos encantadoras madrileñas a las que me uní formando un gran equipo.

Había quien me preguntaba para qué me iba a quedar tantos días allí, en medio de la nada. ¿En medio de la nada?, en medio de todo diría yo. Un precioso valle donde tenías encima cumbres de más de siete mil metros, el Annapurna II, el Gangapurna con su imponente glaciar, el Tilicho y otros más. En sus alrededores había caudalosos ríos, cuevas, monasterios budistas...Esos cinco días fueron una maravilla, días de amaneceres mágicos, charlas con otros trekkers y lugareños alrededor de una estufa de leña y un termo con té, excursiones a algún poblado cercano ganando altura para volver a bajar y mejorar la aclimatación, visitas a alguno de esos monasterios donde resuenan esa especie de gigantes trompetas tibetanas, bueno, y también el lama de turno que después de una interesante charla te pide doscientas rupias para mantener el templo, ya se sabe cómo son las religiones.



Y sobre todo me encantó vivir el día a día de sus habitantes, gente dura y noble, curtida por el clima de la zona y sus elementos, acostumbrados a vivir sin carreteras y caminar lo que haga falta para conseguir cualquier cosa, siempre subiendo y bajando. Impresionaba ver, por ejemplo, a unos pastores despellejando un yak y cortarlo en piezas en cuestión de minutos, o a una anciana viniendo de yo que sé dónde con una carga de cincuenta kilos a la espalda. Y al caer la tarde acababan dando vueltas alrededor de la stupa budista del centro del pueblo charlando y girando las ruedas de oración para expandir al viento sus plegarias.

Durante mi estancia en Manang también coincidí con la celebración del festival del caballo, así lo llamaban ellos, todo un acontecimiento social que atraía a jinetes de toda la comarca a lomos de sus caballos tibetanos, y en una pequeña aldea donde nunca pasa nada se toman estas cosas como un auténtico fiestón. Primero iban llegando los jinetes a la calle principal todos juntos, tocando tambores y cantando melodías tibetanas, luego se iban retando unos a otros y empezaban a galopar a toda leche por el pueblo.

Pero sin duda lo mejor era el público. Las carreras comenzaban hacia las cuatro de la tarde, cuando los habitantes de la zona terminaban sus quehaceres cotidianos y poco a poco iban llenando todos los espacios libres de la calle. Unos aprovechaban en alguna esquina los últimos rayos de sol antes de que éste se escondiera detrás del Gangapurna, otros se situaban encima de los tejados para tener mejores vistas, y sobre todo se lo pasaban pipa jaleando a los jinetes o partiéndose de risa cuando alguno se caía o su caballo se desbocaba y acababan cabalgando entre el gentío. Eso sí, nunca aplaudían, para un tibetano el aplauso no sirve para animar, sino para ahuyentar los malos espíritus.


4 comentarios:

quique dijo...

Refrescante entrada, por aquí también nos estamos torrando.
A pesar de que ya empiece a parecer un tópico; un placer leerte.
Cuídate y sigue disfrutando.
Fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Hola Óscar!
Tiempo ha que no nos comunicamos pero sé que estamos conectados, como tú dices formamos un gran equipo por aquella ascensión en el Himalaya. Cristina y yo nos acordamos mucho de ti; pásamos una agradable velada con Iñigo en Madrid(abuelo, si me lees un gran abrazo), y rememoramos aquellos momentos aprovechando para reir con los recuerdos. ;)
Te deseo lo mejor y me tomaré una garimba a tu salud hermano mayor.
No olvides llevar una socorrida botella de Today´s.. jajaja.
Millones de besos y sigue haciendo camino.
Cris.(motera)

Tegala dijo...

Leer tus narraciones es como acercarme un poco a tus experiencias. Me fascina lo que nos cuentas.

Un abrazo.

bwin españa dijo...

OTRA HERMOSA HISTORIA SOBRE CABALLOS, LA COMPARTO CON UDS

La gran leyenda de los Caballos del Vino
¿Historia? ¿Mito? ¿Relato épico? La leyenda de los Caballos del Vino tiene un poco de las tres. Cuentan los caravaqueños que a finales del siglo XIII, la ciudad de Caravaca de la Cruz estaba protegida por la orden de los templarios.

Caballos del Vino: la fiesta detrás de la leyendaLos habitantes vivían tranquilamente en el pueblo que rodeaba el castillo, hasta que los moros lograron penetrar el sitio. Los lugareños resistieron pero los moros eran más poderosos y finalmente invadieron la aldea. Muchas personas fallecieron, pero otras pudieron llegar hasta el castillo, que le dio albergue a los desesperados pobladores. Viendo que el pueblo estaba refugiado, los moros implementaron un plan para hacer definitiva la invasión contaminando las aguas que llegaban hasta el castillo.

El plan de los moros devino en una gran epidemia. Cuenta la leyenda que fue entonces cuando un grupo de caballeros decidió salir del castillo. Aunque afuera los moros hacían guardia, los caballeros lograron pasar y alejarse unas leguas hasta un lugar llamado ahora el Campillo de los Caballeros. Allí pudieron llenar de vino unos pellejos que llevaban consigo. El regreso era sumamente complicado, pero aún así sortearon la vigilancia de los moros, entrando triunfales al castillo. El estado de los enfermos era lamentable. Solo se esperaba un milagro.

Cuando llegaron los caballeros, bañaron la reliquia de la Cruz con el vino y luego se lo dieron a los enfermos, rezando por una pronta cura. Fue así como la epidemia comenzó a menguar, y los habitantes sanaron prontamente.