sábado, 15 de mayo de 2010

LAS CUEVAS DE ELLORA


A unos cuatrocientos kilometros de Bombay, en el interior del estado de Maharashtra, se emplazan estas treinta y cuatro cuevas a lo largo de un sendero de unos tres kilometros bajo los riscos de Chamadiri. Si comenzamos nuestra visita al sur del camino nos encontraremos en primer lugar con un grupo de doce cuevas budistas, las más antiguas. Le siguen otro grupo de diecisiete cuevas hinduístas y finalmente otras cinco cuevas jainistas, las más recientes.

En un espacio tan pequeño se ve claramente la influencia de diferentes religiones en la historia de este país, según la época y las creencias del momento. Están en mitad de la nada, y la ciudad más cercana se sitúa a unos treinta kilometros, Aurangabad, un lugar bastante cutre que sirve de campamento base para visitar la comarca. Pero su emplazamiento se debe a que antiguamente éste era un lugar de paso en la ruta de las caravanas que transitaban entre los puertos del Mar de Arabia o el Océano Indico y las prósperas ciudades del norte de la India.


Se encuentran en un estado de conservación casi perfecto después de haber aguantado durante siglos inundaciones, corrimientos de tierra, e incluso a las tropas del infame Aurangbed, quien durante la época musulmana ordenó destruir cualquier legado de otra religión que no fuera la suya.

Las cuevas budistas son básicamente monasterios que servían a los monjes para la meditación y el estudio, eran muchos los que llegaban hasta aquí para prepararse ante el creciente empuje del hinduísmo y todavía se pueden ver las estancias donde dormían, comían, estudiaban o almacenaban sus provisiones. Algunas constaban de hasta dos y tres pisos sustentados por columnas y arcadas, pero más que por su arquitectura, las cuevas budistas son admiradas por la profusión de esculturas que las adornan. Este grupo de cuevas fué constrído entre los siglos VI y VIII.


En el siglo VII comenzaron las obras del grupo de cuevas hindúes, cuando todavía seguían allí los budistas, pero la semejanza entre ambas religiones impidió cualquier tipo de rencilla. No obstante, algunas cuevas empezaron a ser excavadas por budistas, pero con el tiempo se fueron transformando hacia el hinduísmo. La mayoría están dedicadas a Shiva, el dios de la destrucción y la regeneración, pero también se pueden ver imágenes de Vishnu, Ganesha, Khrisna o Surya, el dios del sol. Las cuevas hindúes siguieron construyéndose hasta el siglo IX.

Y en este grupo se encuentra el templo de Kailash, una maravilla arquitectónica que hace que realmente valga la pena llegar hasta aquí. Se hizo de arriba a abajo, esculpiendo una gigantesca roca paso a paso, desde sus finas cúpulas hasta su base, algo realmente increíble si no lo ves con tus propios ojos, sobre todo debido a la enorme cantidad de esculturas, fligranas y recovecos. Incluso son visibles todavía parte de alguno de sus decorativos murales. Tardaron unos cien años en su construcción e intentaron imitar la cima del monte Kailash, la casa de Shiva y su consorte Parvati en la cordillera del Himalaya. Guardan la entrada dos enormes esculturas de las diosas Ganga y Yamuna y seguidamente se encuentra Lakshmi, la diosa de la salud. Arriba destaca Nandi, el toro, uno de los vehículos que utilizaba Shiva, y siguiendo sus numerosos pasillos y pasadizos vas descubriendo diferentes estancias, como la sala de los sacrificios.


Y finalmente llegamos al grupo más pequeño de cuevas, las jainistas, construídas entre los siglos IX y XI, después de la fase hindú. En cualquier templo jainista lo que más destaca es su ornamentación, y aquí no iban a ser menos. El jainismo es una religión muy parecida a la hindú, pero sólo practicada por el uno por ciento de la población, su rigurosidad hizo que muchos se fueran pasando al hinduísmo. Hoy en día la mayoría de los jainistas viven en el estado de Gujarat y su día a día se basa en la práctica del "ahimsa", la no violencia, y ésto se aplica a toda forma de vida, desde plantas y animales hasta microbios o bacterias. Los más radicales caminan barriendo el suelo antes de pisar cualquier insecto y algunos llevan mascarillas, no por la polución, sino para evitar tragar y matar cualquier bacteria. Si por ejemplo ofreces una manzana a un jainista sólo la comerá si ha caído del árbol de forma natural, si se ha arrancado de la rama se supone que ha sido asesinada y la rechazará.

Cuando pasé por las cuevas de Ellora apenas me crucé con otros occidentales, sólo con Ainara, una chica de Irún, y Sonia, su amiga colombiana, a las que curiosamente ya había visto en otras partes del país, nunca sabremos quien seguía a quien. El resto de visitantes eran hordas de turistas indios, los indios viajan muchísmo, sobre todo a lugares de peregrinación para mejorar su kharma, y en casi todo el país te encuentras con que los turistas blancos no superamos un diez por ciento del total. Unicamente en Goa, la Sodoma y Gomorra del país, ganamos por goleada. El turismo indio da ambientillo al lugar, pero a veces cansa un poco, decenas de chavales gritando por todas las esquinas, con la música de sus teléfonos móviles a toda pastilla, y lo peor de todo es que la mayoría pasa más tiempo contemplándote a tí que a las obras de arte. Muchos llegan de lugares de la India profunda, donde rara vez ven un blanco y se te quedan parados a centímetros de distancia observándote como si fueras un extraterrestre y pidiéndote permiso constantemente para sacarte fotos y posar con toda su familia.

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