jueves, 15 de abril de 2010

UDAIPUR


Cuando bajé del tren al llegar a Udaipur tenía encima una sensación extraña, no era cansancio, sólo habían sido cinco horas de viaje desde Ajmer, y además en el Shatabdi Express, que tiene una clase, la Chair Car, con asientos reclinables y aire acondicionado. Pero fueron cinco horas algo incómodas. En Ajmer se sentaron detrás de mí un hombre y una mujer. A juzgar por todo el oro que llevaban encima (en India el oro es símbolo de status social y poder adquisitivo) debían ser brahmines, de la casta superior. Además cualquier otro indio no se podría permitir viajar en Chair Car.

Nada más sentarse la mujer eructó sonoramente. Al principio me sorprendí, pero bueno, en la India así como en los países árabes no es de mala educación eructar, sobre todo al final de una buena comida. El problema es que pasado un minuto volvió a eructar otra vez, y otra, y otra más, y así hasta llegar a Udaipur. Sin duda esa mujer tenía un grave problema de gases, sus eructos tenían algo de quejido lastimoso. Los indios comen tanto picante a lo largo de su vida que cuando llegan a una cierta edad muchos tienen el estómago reventado.


Era imposible abstraerse de aquella serenata, estabas pensando "en cualquier momento viene un...", y de repente "buuurrppp". En fin, calculando que la buena señora eructaba cada minuto, sesenta veces a la hora, cuando llegamos a nuestro destino me habría echado en todo el cogote unos trescientos eructos.

Fuera de la estación había un canadiense algo desorientado y como iba al mismo hotel que yo decidimos compartir un rickshaw. De camino me sugirió que si me parecía bien también podríamos compartir habitación, así ahorraríamos unas rupias. Me negué educadamente, le conté que en mi viaje me podía permitir alguna licencia y entre ellas estaba la de disponer de una habitación para mí sólo con baño privado, siempre que fuera posible, claro. Además, cuando me planteó la cuestión le hice un rápido examen visual y deduje que debido a su corpulencia era más que posible que roncara como un búfalo, así que nada, me tragué cinco horas de eructos pero no estaba dispuesto a pasar la noche sufriendo los ronquidos de un canadiense francófono.


El hotel que me habían recomendado merecía realmente la pena. Un viejo haveli, muy barato, limpio, sencillo y sin otro lujo que su preciosa arquitectura arabesca, con sus patios, azoteas, galerías y pasillos llenos de columnas y ventanas. El Lalghat Guesthouse está situado junto al lago Pichola, el pulmón de Udaipur, y justo encima de un ghat, las escalinatas donde los indios lavan sus ropas, sus cuerpos y hacen sus ceremonias de purificación, con lo que podías pasar horas en una de sus azoteas respirando el ambiente y contemplando la típica postal de Udaipur: el lago, los diversos palacios y las suaves colinas que rodean la ciudad.

A pesar de ser otra ciudad grande me llevé muy buena impresión de Udaipur. Me pareció mucho más habitable que otras y era evidente que el aire parece más respirable y no hay tanta contaminación. La parte vieja se sitúa al este del lago, un conglomerado de casas blancas, callejones y más cuestas que Portugalete, y es donde se concentran los lugares de mayor interés. El más llamativo es el fuerte de Meherangarth, con su extravagante palacio que tiene las paredes de muchas de sus estancias revestidas de piedras preciosas. Allí vivía el maharajah Singh, otro más que mantuvo a raya a los mogholes y es adorado por su valor por todos los habitantes de la región.


Cerca del palacio hay un templo dedicado a Vishnu muy interesante, con un ir y venir de fieles a lo largo de todo el día. Y en el centro del lago también hay un par de palacios, aunque el más bonito lo han reconvertido en un hotel de mil estrellas. Al oeste del lago Pichola hay otro barrio al que se accede mediante un par de puentes, esta zona también es un remanso de paz, sigue estando en el centro de la ciudad pero el ritmo de vida es el de cualquier pueblito adormecido, los vejetes sentados fuera de sus casas, los niños jugando en la calle sin ningún peligro, las mujeres lavando y un mayor tráfico de animales que de vehículos.

Y con Udaipur me despedí del Rajasthan. De allí tomé un avión a la gigantesca Mumbai, la antigua Bombay, la ciudad que mueve los hilos de todo el subcontinente indio. Pero esa es otra historia de la que hablaré en el siguiente capítulo. Hoy dejo Gokarna después de tres semanas de absoluta tranquilidad, me ha costado ponerme en marcha pero sigo mi camino y mañana llegaré al estado de Kerala donde pasaré las últimas semanas de mi estancia en este fascinante país.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y los gintonics para cuando ??

besos
numbergüan !!!!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

impresionante foto de la ciudad flotante, ou yeah
david aizpuru