lunes, 5 de abril de 2010

JODHPUR, "THE BLUE CITY"


Una de las pricipales urbes del Rajastan y otra más a la que se asocia con un color, a Jodhpur se le llama la ciudad azul por el color añil con el que pintan las casas del laberíntico casco viejo. Recuerda un poco a Chaouen y otros pueblitos del Rif marroquí. Jodhpur también sufrió durante siglos sus épocas de guerras y asedios, fundamentalmente entre los rajas del reinado Marwar y los musulmanes mogholes que dominaban parte de la India. Después siguió habiendo rencillas y se puede decir que no hubo una paz estable hasta la independencia del país.

Lo más característico de Jodhpur y visible desde cualquier punto de la ciudad es el imponente fuerte de Meherangarh, aunque a diferencia del de Jaisalmer no está habitado y caminando por su interior sólo te cruzas con otros turistas. Además lo cierran a las cinco de la tarde cuando más bonita es la luz y las vistas desde lo alto de las murallas.


Por lo demás Jodhpur es un sitio al que casi todo el mundo viene de paso, yendo y viniendo de otros lugares del Rajastan, y aparte del fuerte y los bazares del casco antiguo no deja de ser otra ciudad grande y caótica, poblada por un millón y pico de almas y con todos los males que tienen todas las grandes urbes indias.

Lo peor como siempre es la contaminación, el tráfico, la suciedad, etc., el barullo de gente ya no me agobia en absoluto y me encanta perderme entre personas, vacas, templos, mezquitas y demás. Y los zocos de Jodhpur se prestan a eso, se ven oficios casi extinguidos en nuestra sociedad, los herreros, los carboneros, los afiladores, los limpia orejas... Y Jodhpur es famosa por sus especias, sus dulces y sus preciosas marionetas que imitan a las gitanas rajastanís.


La ciudad se encuentra también enclavada en el desierto del Thar y en sus alrededores se pueden visitar pequeñas aldeas levantadas bajo alguna garganta que de sombra unas horas al día o al lado de un oasis donde sorprende la fertilidad de sus campos en un entorno tan seco y hostil. Yo no me entretuve mucho, ya había tenido en Jaisalmer mi buena dosis de desierto y estaba como otros muchos de paso por Jodhpur, sólo me quedé un par de noches antes de volver a Pushkar.

Yo creo que a Jodhpur le daría una nota media, ni tan mágica como Jaisalmer ni tan agobiante como Jaipur, aunque todavía me quedaba conocer Udaipur, la ciudad del lago, de los palacios, la más romántica del Rajastan. Ya hablaré dentro de unos días de Udaipur.


La anécdota más relevante que tuve en Jodhpur fué de tipo gastronómico. En un puesto callejero pedí algo pensando que era una samosa, una especie de empanadilla que suele estar rellena de verduras, pero me equivoqué, me dieron un "mirchi bada", que consiste en un chilli entero rebozado con harina y patata. Me dí cuenta cuando me llevé medio chilli de un mordisco.

Al instante se abrieron todos los poros de mi cuerpo y empecé a sudar como un loco, en mi esófago parecía que se estaba haciendo un agujero, me quemaba todo, la boca, los labios, de los ojos me salían lágrimas de una manera incontrolable, no podía ni respirar, ese hilillo de aire que sale y entra por nuestras fosas nasales era puro fuego.

La situación era grotesca. Yo sentado en una caja de coca-cola y el pobre hombre abanicándome con un trozo de cartón, y treinta personas alrededor quitándome el aire, claro, sin saber que narices le pasaba al occidental. Yo sólo podía decir "chapati, chapati", pidiendo un poco del típico pan indio, y finalmente una mujer me trajo un delicioso y fresco lassi, una especie de batido hecho con yogur y frutas que siempre entra de fábula. Poco a poco fuí recuperando mi propio ser pero las palabras "mirchi bada" siempre estarán en mi escueto vocabulario de hindi.

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