martes, 27 de enero de 2015

EL PUB DE HAAST



Disculpadme, pero voy a retroceder unos años en el tiempo para contar algo de Nueva Zelanda, un lugar del que guardo gratos recuerdos, ese país tan lejano, tan agreste y tan espectacular habitado por gente entrañable. Recorrí el país de arriba a abajo y de abajo a arriba, de la isla del norte a la del sur y viceversa. Utilicé una furgoneta perfectamente preparada para moverme y poder vivir en ella durante dos meses y medio, una forma de viajar que me proporcionó plena libertad para conocer esa tierra a mi aire, sin ataduras ni itinerarios establecidos de antemano.

Tampoco os voy contar ahora nada especial, no va a ser una crónica donde podáis encontrar información sobre esos destinos tan famosos y conocidos de Nueva Zelanda, simplemente es una pequeña historia de un día cotidiano cuando se vive viajando, un encuentro con lugareños en el pub de un diminuto pueblo situado al sur de la costa oeste de South Island, en el sur del sur, un pueblito de gente dura acostumbrada a vivir esos rigores de una naturaleza y un clima extremo en algunas épocas del año, un lugar llamado Haast.

Tras dejar el Mt.Cook con pena, echando las últimas miradas furtivas a través del retrovisor, me dirigí de nuevo a la costa oeste atravesando el Haast Pass. La isla sur de Nueva Zelanda está dividida entre el Océano Pacífico y el Mar de Tasmania por la cordillera de los Alpes, una espina dorsal que tan sólo tiene cuatro pasos para poder cruzar por carretera de la costa oeste a la costa este o al contrario. El Arthur Pass, el Lewis Pass, el Divide y el Haast Pass, que es el que se encuentra más al sur.

Una vez llegado de nuevo al oeste bajé hasta Jackson Bay para intentar observar la única clase de pingüinos que me quedaba por ver, unos que tienen una especie de cresta de color amarillo, pero no tuve suerte. Según me dijeron hacía un tiempo demasiado bueno que no animaba a estos animales a salir mucho del agua, les debe molestar el sol. Jackson Bay es una pequeña bahía desde donde hay unas espectaculares vistas de las montañas, y es donde acaba la carretera de la costa, ya no se puede ir más al sur. Al final del pueblito alguien puso un cartel muy explicito que dice "End of the fuckin' road", no sé si su intención fue lamentarse o felicitarse, porque en el Down South, en el sur del sur, la gente intercala un fuckin' cada tres palabras.

Haast es otro pequeño pueblo del Down South típico de la costa oeste, gente dura, descendientes de pioneros. Tiene unos trescientos habitantes y un hotel, un camping, un General Store, una gasolinera y el omnipresente pub. Por cierto, los que viajéis conduciendo por la costa oeste del sur del país echad un ojo al deposito cuando veáis una gasolinera, es muy probable que no encontréis otra en cien kilómetros.

Como era jueves, día que siempre hay algo de ambientillo, y para las siete de la tarde ya había cenado, me dirigí al pub a tomar algo. Estos pubs de pueblo son, sin duda, el observatorio más idóneo para hacer un pequeño estudio sociológico de los lugareños. Aunque en este caso, al ser yo el único guiri que andaba por allí, más bien me estudiaban ellos a mí. La encargada del pub se llamaba Jane, pero yo enseguida la apodé sin decírselo Calamity Jane por sus maneras para mantener a raya a los brutos de la zona, no me extrañaría que tuviera un par de Colts 45 bajo el mostrador. Era una monada de chica, no sé que hacía perdida en ese lugar, pero se debió dar cuenta del brillo de mis ojillos porque rápidamente me dejó caer que estaba casada. No obstante, estuvo encantadora conmigo el par de horas que estuve en su local.

Al poco de llegar yo, entraron unos cazadores de ciervos mostrando las cabezas de los pobre animales recién arrancadas y poniendo perdido de sangre el suelo del pub. Yo casi vomito la cena y Calamity Jane casi les saca a escobazos. Me dijo que esos bestias sólo querían las cabezas para añadirlas a su colección de cornamentas. Yo pensé que entre la colección tal vez se encontraban sus propias cornamentas, quién sabe, todo el día fuera de casa cazando en el monte, seguro que sus mujeres se aburrían bastante.

Y a eso de las ocho empezó a llegar el grueso de la clientela. Unos venían en coche o moto, algo muy normal; otros en bicicleta, muy ecológico; otros en caballo, muy bucólico; y otros en helicóptero, ¡muy surrealista!. En cinco minutos habían aterrizado en una campa cercana unos cinco helicópteros, aquello parecía Apocalypse Now, un ruido ensordecedor, los caballos muertos de miedo, yo no daba crédito. Casi todos eran pilotos que suelen llevar turistas para ver los glaciares y las montañas desde el cielo, pero dos que vinieron un poco más tarde eran simplemente granjeros que viven aislados por algún valle de la zona y lo utilizan como medio de transporte y para tener controlado al ganado que pasta a sus anchas desperdigado por las estribaciones de los Alpes. Uno de ellos me comentó que pequeño helicóptero biplaza salía al cambio más o menos unos treinta mil euros.

Y después de cuatro, cinco o seis pintas de cerveza me despedí de Calamity Jane y del resto de parroquianos entre brindis, apretones de manos y alguna que otra palabra incomprensible, y me fui a descansar a mi querida furgoneta. Al día siguiente me esperaban los glaciares de Fox y Franz Joseph.


1 comentario:

V(B)iajero Insatisfecho dijo...

Ya estoy al lado de Calamity Jane. No me ves?.
Me alegra que hayas contado esta pequeña historia. !Me encantan las pequeñas historias!. Dicen más de un viaje que las grandes.
Se acabó Camboya!. Ahora, el recuerdo.