lunes, 15 de septiembre de 2014

EL CAVIAR VERDE FILIPINO



En las fotos de esta entrada aparece otra delicatesen típica de la gastronomía filipina. Se le suele llamar caviar verde o uvas del mar, pero en realidad se trata de un tipo de alga marina llamada lato en tagalog, o caulerpa lentillifera si alguien está interesado en saber su nombre científico. Crece en los mares de todo el archipiélago, sobre todo en la zona de las Visayas y Mindanao, e incluso existen varias fábricas dedicadas a su cultivo y posterior exportación a lugares como Japón y Estados Unidos.

Se encuentran en cualquier palenke o mercado callejero, aunque también las puede coger uno mismo con unas gafas de bucear y un cuchillo ya que crecen a muy poca profundidad. Su mejor época es la temporada seca entre Octubre y Mayo, durante la temporada lluviosa en plena estación de monzones la salinidad del mar disminuye bastante y consecuentemente afecta a la calidad y el sabor del lato.

Y prepararlas para la mesa es muy sencillo, no hace falta ser un experto cocinillas. No hay más que lavarlas bien en agua dulce teniendo cuidado de no romper sus bolitas verdes y ya están listas para degustar. Resultan exquisitas con vinagre y limón, o también en ensalada con algo de tomate y cebolla. Son un perfecto acompañante para cualquier plato de pescado o marisco y es un verdadero placer para nuestro paladar sentir cómo explotan sus bulbos dentro de nuestra boca mientras sentimos su sabor fresco y jugoso.

Además, su contenido esta lleno de ventajas para nuestro organismo. Son ricas en yodo, magnesio y calcio, y según parece ayudan a reducir la tensión alta, evitan problemas de tiroides y hasta ataques al corazón. Al menos de lo que estoy seguro es que el lato me encanta, tan sólo había probado alguna vez algas marinas en restaurantes japoneses y la verdad es que no me habían hecho mucha gracia, pero este caviar verde me vuelve loco, mucho más que el caviar real.

lunes, 1 de septiembre de 2014

PELEAS DE GALLOS EN FILIPINAS


Nunca había tenido ningún interés en acudir a ver en directo una pelea de gallos, no me gusta ver el sufrimiento de estos animales en una batalla parecida a la de los antiguos gladiadores romanos, jugándose la vida al cincuenta por ciento para el regocijo y desparpajo del público presente.

Pero para conocer a fondo Filipinas hay que empaparse de todas sus aficiones, cultura, folklore y tradiciones. Y para los pinoys, estas peleas son consideradas, junto al baloncesto, el "deporte" nacional del país. Cada ciudad, pueblo, barrio o barangay tiene su propia gallera, un ring más o menos circular rodeado de su correspondiente graderío para acomodar a los asistentes y apostantes.

Como otras muchas tradiciones filipinas, las peleas de gallos son una herencia de la colonización española, y a pesar de estar prohibidas en casi todo el mundo aquí son totalmente legales, no hace falta que se celebren de forma clandestina, con lo que son anunciadas en carteles, megáfonos e incluso periódicos. Es fácil saber de antemano en qué lugar se va a disputar una buena pelea.



Ser criador de gallos es un negocio floreciente para muchos filipinos, aunque naturalmente hay que tener al menos unas cuantas decenas, teniendo tan sólo dos o tres los perderían rápidamente en un par de combates. Y entrenarlos y mantenerlos a tono también cuesta su dinero, dicen que un criador cuida más a sus animales que a su familia.

Hasta sus primeros combates los gallos son mimados por sus dueños. Se les suele alimentar a base de maíz, verduras y granos de avena remojada para que mantengan un equilibrio apropiado de humedad en sus tejidos. También se les da pan con leche, arroz, cebada y mucha agua fresca.

También tienen mucha importancia las visitas periódicas al veterinario para hacerles unas revisiones más propias de deportistas y mantenerlos desparasitados. Incluso llegan a doparlos, o al menos los atiborran de fármacos y vitaminas para mejorar su elasticidad, resistencia y ese impulso extra que necesitan a la hora del combate.



Estando en El Nido, al norte de la isla de Palawan, nos enteramos de que iba a tener lugar ese domingo una buena pelea en la gallera de un pequeño pueblo situado a unos diez kilómetros de nuestra casa. Se celebraban las fiestas patronales de esa zona y el combate era la actividad estelar de su programa. Iría mucha gente y se apostarían gran cantidad de pesos. Perfecto, pensé que era el momento ideal para conocer ese mundillo.

Así que cogimos la moto y tomamos rumbo a Manlalec. Al llegar al pueblo se notaba el típico ambiente festivo en su calle principal, guirnaldas y banderas, una banda de música, un concurso de misses, un torneo de baloncesto y unos cuantos borrachuzos haciendo eses hasta arriba de ron o brandy. No veíamos la gallera por ningún lado pero tras un par de indicaciones seguimos por una estrecha pista de tierra y enseguida nos dimos cuenta que habíamos llegado.

Cantidad de motos aparcadas en un pequeño claro de la selva, un griterío ensordecedor, gente yendo y viniendo, vendedores de comida y bebida, y unos cuantos de los que manejan las apuestas agitando grandes fajos de billetes en sus manos. Habíamos llegado, por fin iba a presenciar mi primera velada de peleas de gallos.



Jhing se quedó un poco más apartada de la gallera, comiendo algo y bebiendo agua de coco, no suele ser normal que las mujeres vean los combates, pero yo me metí en todo el cotarro. Se podían contar los extranjeros con los dedos de una mano, y cuando me vieron con la cámara de fotos me trataron de maravilla y me dieron plena libertad para moverme donde quisiera, desde el interior de la gallera hasta el lugar en el que se encontraban los gallos y sus cuidadores, pasando por la enfermería donde curaban y cosían a los pobres animales que habían sobrevivido tras una batalla encarnizada.

No aposté un sólo peso, más que nada porque no me apetecía tomar partido por ninguno de los gallos y ponerme a dar gritos animando a uno para que intentara matar al otro. Me dediqué a observar, tomar fotos, hablar con la gente y hacerles un montón de preguntas. Y entre pelea y pelea brindar con unos tragos de ron con los locales, ya fueran vencedores o vencidos.

Los combates son espeluznantes y no aptos para cardiacos, es normal que si estás en primera fila del ring acabes con alguna salpicadura de sangre. Son peleas rapidísimas, los gallos llevan unos espolones de acero afilado en sus patas y tras ser calentados por sus cuidadores se sueltan y comienzan a machacarse a saltos y zarpazos. El perdedor acaba grogui o simplemente muere. Ya he dicho al comenzar este post que no es algo que personalmente me entusiasme, pero es parte de la vida filipina y, al menos una vez en la vida, hay que ver una pelea.